Tras las presentaciones de rigor retomamos el camino, esta vez con la compañía del bushi Cangrejo, tan deseoso como nosotros de encontrar tanto una salida como un sentido a todo lo que nos estaba sucediendo.

Mientras los bushi estamos alerta para adelantarnos a cualquier peligro que pudiera presentarse, los shugenja están atentos a cualquier señal que pudiera indicarles que la salida está cerca. Deben confiar en su instinto, pues no saben qué forma presentará esa posible escapatoria de este lugar abandonado por los kami.

Seguimos avanzando sin dar muestras de tener hambre aunque sí de cansancio hacia la dirección en que pensamos que tiene que estar la posada donde todo comenzó. En un momento sin determinar nos damos cuenta de que el paisaje, paulatinamente, ha ido cambiando. Hay menos vegetación y los escasos árboles presentan formas extrañas y retorcidas. Si estuviéramos en las tierras del Escorpión sabríamos que el terreno allí es más húmedo y frondoso, al contrario que este, más seco, más árido, más.. León...



Me sacudo la cabeza para alejar de mí pensamientos inconexos y poder continuar alerta. Finalmente acaba anocheciendo, por lo que decidimos montar un campamento y pasar otra noche más sin saber si será la última… Montamos las preceptivas guardias para cubrir el sueño de los que descansan. Poco reparador a juzgar por sus movimientos al dormir. Incluso el mío es agitado y ligero.

Llega la hora de mi guardia, esta vez junto a la Tsuruchi, ambas convenientemente pertrechadas. No pasa mucho tiempo antes de que en la lejanía empecemos a escuchar voces… chillidos más bien. Rápidamente despertamos al resto de compañeros para que se dispongan a la lucha. -¿Os habéis percatado? -pregunta el ishiken-do a nadie en particular mirando al cielo-. No hay ni estrellas ni luna…

Un coro de chillidos agudos nos sacan de nuestro momentáneo ensimismamiento. Nos ponemos en guardia a la espera de que lo que sea que se esté acercando se muestre. Miro de reojo a mis compañeros. Estamos todos en círculo, guardándonos las espaldas los unos a los otros. Los bushi, con sus armas en ristre. Los shugenja, pergaminos en mano… Ahora, además de esos incontables chillidos provenientes de incontables gargantas, se oye también el repiqueteo de innumerables pasos acercándose, muchos, muy pequeños, muy rápidos, muy cerca… Piel verdosa, seres pequeños y deformes se adivinan por la luz de nuestra hoguera. Van armados con toscos cuchillos y unos colmillos retorcidos asoman por al comisura de sus bocas. Comienza el ataque. Es rápido y no damos cuartel. A pesar de ser más numerosas, estas criaturas en ven sobrepasadas por nuestras habilidades y rápidamente se retiran. Pero no salimos ilesos. Ambos shugenja, el Zorro y el Fénix, resultan herido; de poca gravedad, afortunadamente.

Es en ese momento cuando también nos damos cuenta de que el bushi Cangrejo no está. Ha salido corriendo persiguiendo a los trasgos. Rápidamente salimos corriendo tras él siguiendo su pista. No lo encontramos muy lejos y también está herido aunque nada serio. Volvemos al campamento donde los shugenja tratan sus heridas. Retomamos como podemos el descanso sin saber si nos queda mucha o poca noche por delante…

El Kitsune es el primero en despertar. Lo encontramos preparando un frugal desayuno para el resto, con algún componente que hace que nuestros espíritus se encuentren más reconfortados. Recogemos nuestros escasos pertrechos y nos disponemos a continuar. El paisaje es más árido si cabe que el día anterior. 

Nada digno de mención ocurre durante todo el día y al atardecer volvemos a acampar para hacer noche. Mientras estamos en ello se oye un rugido escalofriante. -¡Oni! -grita el Cangrejo. Y, tetsubo en mano, se dirige corriendo en la dirección del alarido sin darnos tiempo a reaccionar a los demás. Salimos corriendo tras él. Nos aventaja ya un buen trecho a pesar de nuestra pronta reacción. El Cangrejo es rápido. Tras un recodo del camino tenemos que frenar bruscamente para no toparnos con su espalda. El Kaiu se ha quedado parado en seco contemplando, a la luz de este extraño atardecer, a la criatura que venía a buscar. A varios metros delante nuestra se alza la figura de un ser grotesco, vagamente humanoide, de piel verduzca y enfermiza, y con una cabeza demasiado grande para el resto del cuerpo pero, a la vez, demasiado pequeña para albergar la miríada de tentáculos que surgían del hueco donde tendría que estar la boca.

Nos quedamos petrificados ante la mera presencia de dicho ser, sin saber cómo reaccionar durante unos segundos que se nos hacen eternos. El ser, consciente de nuestra debilidad, bien podría acabar con nosotros de un solo plumazo. En vez de eso se limita a burlarse de nosotros y, con una risa que creíamos imposible que articulara por lo deforme de su rostro, se acaba desvaneciendo ante nuestra vista antes de poder hacer nada. Aun así, algo en el aire del propio lugar, o la mera presencia de este ser nos deja exhaustos más allá del mero cansancio físico. Al volver al campamento decidimos pasar el día siguiente descansando. No habría jornada de viaje. Mientras reflexionamos sobre los últimos encuentros (trasgos, oni… ) llegamos a la conclusión de que hemos estado inmersos en la propia pesadilla del Cangrejo...

Así pues, al día siguiente, los shugenja se centran en meditaciones para aliviar nuestro espíritu. Los bushi no descuidamos la guardia y practicamos katas para mantenernos alerta. A eso de media tarde el Kitsune se pone en pie con la mirada fija en un punto. Dice estar oyendo a su abuelo fallecido. Nosotros no oímos nada… Esto es extraño. Hasta ahora todos hemos podido ver y oír a las extrañas criaturas que se nos han ido apareciendo… Kusao nos dice que esto debe de ser  porque cerca tiene que haber una conexión con el Ningen-do. -La separación entre reinos se tiene que estar debilitando -dice-. ¡En pie! Tenemos que encontrala y pasar a través de ella. Puede tener cualquier forma. Tened los ojos abiertos a cualquier cosa que se salga de lo habitual.

Esperanzados por sus palabras, nos dispersamos en todas  direcciones en busca de ese algo disonante en este árido y monótono paisaje. Tras un largo rato diviso en el rectilíneo horizonte algo que lo rompe. Una loma. En otras circunstancias no significaría nada. Marchamos todos en esa dirección y, una vez en su falda, la subimos. Arriba nos encontramos con una gran roca plana. Algo nos incita a empujarla para intentar apartarla a un lado. ¡Lo conseguimos! Debajo nos encontramos un agujero que se adentra en el interior de la loma. -¡DESPIERTA!- ¿De dónde ha venido ese grito? De algún modo todos lo hemos oído pero solo ha sonado dentro de nuestras cabezas. Más alerta si cabe comenzamos a descender por la abertura encontrada hacia el interior de la loma.

El interior es un caverna más grande de lo que por fuera se pudiera pensar. Notamos la humedad del ambiente y oímos el goteo del agua en alguna poza no muy lejana. Nos aproximamos al sonido del agua y efectivamente damos con la poza. Y una pared. No hay camino más allá. El Kitsune se aproxima hacia la acumulación de agua. Al asomarse, el agua no le devuelve su rostro reflejado sino el de su abuelo, En el momento en que Kusao toca el agua con sus dedos oímos todos, esta vez detrás nuestro, dentro de la misma cueva, un risa malévola. Nos giramos todos a una, las manos en las empuñaduras de nuestras armas. Vemos entre penunbras la figura de un hombre, bajo, gordo, que nos señala con un dedo ennegrecido mientras se ríe. -¡Kuroi Yubi!- exclama Momoko con un tinte de ira en su voz.



En el siguiente parpadeo ya no estoy en la cueva. Me encuentro en casa, en tierras León. No veo a mis compañeros a mi lado. Estoy en casa, en un balcón sobre el paisaje árido típico de tierras León. A mi lado, mi padre, imponente. -Algún día será tu responsabilidad encargarte de la correcta gestión de estas tierras. Eres mi única hija y... mi heredera -no puedo dejar de mirarlo con asombro, el mismo que no me deja articular palabra-. ¿Verdad, querida? -Se dirige a alguien que queda fuera de mi campo de visión. Me giro. A mi espalda, majestuosa y fiera a la vez, mi madre, que asiente a las palabras de mi padre. No puede ser. Pero es tan real. Están aquí. Y la promesa de un futuro con ellos…- ¡No! -Cierro con fuerzo mis ojos y con una sacudida violenta de mi cabeza pretendo alejar todo lo que no es real, lo que no puede ser…

No sé cuánto tiempo pasa. Para cuando vuelvo a abrir los ojos vuelvo a estar en un sitio oscuro, cerrado. El aire huele a humedad. Una cueva. Pero es diferente. Los ecos de mi respiración son distintos. Estoy tumbada. Veo por el rabillo del ojo a mis compañeros, también tumbados y despertándose, como yo. Me siento aturdida. Intento incorporarme pero hay algo que me retiene. No me puedo mover. No nos podemos mover. Eso nos devuelve la consciencia de golpe. ¿Qué está pasando? Con lo poco que me puedo mover descubro que estamos todos envueltos dentro de capullos de seda. Nos miramos unos a otros, desconcertados. Menos Matsumoto. El ishiken-do continúa con los ojos cerrados. Por más que lo llamamos no se despierta...

Un aleteo. Débil al principio. Inmovilizados como estamos no podemos apenas girarnos para ver de dónde procede o de qué se trata. Se hace cada vez más intenso el sonido. Se está acercando. Ahora podemos verlo. Una criatura humanoide con alas de mariposa y un apéndice en vez de boca se ha posado sobre Momoko y se dispone a…

En ese momento el Cangrejo se consigue liberar del capullo que lo atrapa tras una breve pero intensa lucha contra sus ataduras, Me asombra la fuerza bruta del Kaiu. No pierde el tiempo y se abalanza sobre la criatura. Tras un breve forcejeo la criatura empieza a volverse traslúcida antes de desvanecerse en el aire. Se oye el mismo aleteo alejarse. El Cangrejo se queda con un palmo de narices por no haber podido acabar con la criatura. Pero al menos ha detenido su ataque sobre Momoko.

Al poco todos nos encontramos ya libres. Nos incorporamos y recuperamos nuestras armas, tiradas en un rincón. Hay algo de fosforescencia en las paredes que, aunque escasa, es bienvenida. Lo poco que acertamos a ver es que nos encontramos en una gruta debajo de lo que hace muchos años debió ser un edificio. Si miramos hacia el suelo alrededor vemos diversos cadáveres. De algunos apenas queda más que una montaña de huesos. Otros son bastante más recientes. Y casi todos del clan Escorpión, por las ropas que llevan puestas.Y el ishiken-do sigue dormido...


En la noche oscura apenas se oye un búho en la lejanía. Nabutaro, ahora Nagare desde que abandonó su mon, remueve las brasas en su turno de guardia mientras los demás descansan. No puede evitar perder su mirada por momentos en las llamas, en sus pensamientos.

El Cangrejo duerme a pierna suelta con estruendosos ronquidos, es tan grande como Nagare de altura pero considerablemente más fornido. Parte de su kimono está chamuscado por las llamas del Fénix  y eso no atrae la mirada de yojimbo. Es inevitable pensarlo, podría estar muerto, y quizá alguno de sus compañeros o él mismo a manos de Cangrejo-sama.

¿Qué extraño embrujo les acecha?, no pueden fiarse de lo que ven, u oyen. Un mundo de engaños. Y no son nuevos. Matsumoto ha recordado cierto encuentro en la corte de invierno con un ser que era capaz de tomar formas y engañar las miradas.

Da mucho que pensar esa brujería, pero la mente de Nagare viaja en otra dirección, hacia aquellos a los que han matado estos días, pensando que eran demonios de su pasado. Aquella mujer que aparentaba ser su fallecida esposa, la guerrera que vino como si de la fallecida madre de Naoki se tratara…

Todos ellos eran alguien realmente, como el Cangrejo después de ellos. Quizá simples e indefensos campesinos, o algún bushi escorpión traído hasta aquí por la misma locura que les ocultaba la verdad a ellos. Fueran quienes fuesen habían muerto, los habían matado con crueldad, a sangre fría en algunos casos. Ciertamente cualquiera entendería sus actos, nadie se los recriminaría, pero Nagare no podía evitar, en cierta manera, sentirse como un monstruo.

Recordó cuando era niño, su madre pagó a una charlatana para que leyera el futuro de Nabutaro. Aquella mujer arrojó una piedras, similar a lo que Kusao hace, y casi dio un salto hacia atrás. Con el miedo en los ojos, miró a Nabutaro, lo señaló, y le dijo justo antes de salir corriendo: - Traerás la desgracia.

¿Y si aquella anciana tenía razón? ¿Y si era su destino convertirse en una desgracia para otros? ¿Había visto quizá la anciana que abandonaría su mon trayendo la desgracia a su familia? ¿O era algo aún peor?, una desgracia más terrible, como la que habían desatado estos días llevados por la locura de esta brujería… ¡qué fácil se quita una vida!

No pudo evitar entonces llevar su pensamiento al viejo Morihei. Morihei era un monje que vivía en una ermita cerca de su aldea cuando era niño. Había sido un bushi, pero demasiadas batallas y demasiada sangre habían hecho que solicitase su retiro siendo aún joven, lo que le había costado no pocas mofas, dimes y diretes.

Ya en su ancianidad, Morihei gustaba de visitar el Dojo Shiba donde el propio Nabutaro entrenaba, y trataba de convencer a los bushi que allí se formaban de lo que él llamaba “El Camino de la Armonía”.

Decía Morihei que “el Bushido no debía ser el Camino de la Guerra, sino el Camino de la Paz”. Un guerrero, “no debía causar la muerte, sino preservar la vida”. Algunos le escuchaban, muchos se mofaban del anciano, pero con el tiempo todos acababan ignorándolo cuando la realidad les recordaba, que la Katana se forja para matar.

Nagare levanta la cabeza y suspira un leve susurro: - Quizá no era un loco, quizá era un sabio.
Al echar hacia atrás la cabeza sus ojos se pierden en el cielo estrellado… luces que solo se ven en la oscuridad.

La noche deja paso al alba, su guardia era la última. Los compañeros de Nagare se despiertan con los primeros rayos del sol. Nagare ya ha preparado su equipaje, y a apenas unos pasos del grupo, realiza una kata con disciplina.
- Anciano, anciano, vuelve a contarnos una de tus historias de juventud... de la loca esa del arco por ejemplo.

El larguirucho anciano, con su aún enorme altura, se sienta con dificultad junto a los chiquillos de la apartada aldea...

- Tsuruchi Momoko se llamaba, Tsuruchi Momoko, y si, estaba un poco loca. - una sonrisa asoma en su arrugado rostro.

- ¿Os he contado la batalla de la Alianza de los tres Hombres?... Ocurrió hace mucho, en un momento convulso de mi vida. El destino había querido proveerme de un variopinto grupo de compañeros en aquellos días, en aquellos viajes. - la mirada del anciano se pierde en el infinito y una larga pausa se prolonga.

- ¡Anciano!, que te duermes - dice un chaval de rostro lleno de granos.

El anciano esboza una sonrisa y continúa. - Pues, aquella batalla enfrentó a un gran ejército de escorpiones, contra una alianza de samuráis de los clanes de la Avispa, el Gorrión y el Zorro. Avatares del destino acabé participando junto al bando de la alianza, donde presté mis servicios como yojimbo para los sughenjas Kitsune. Dada la circunstancia, combatí aquella batalla en una loma elevada, en la retaguardia, con los sabios invocadores de Kamis. Desde allí tuve una excelente visión del campo de batalla, y os puedo asegurar lo que aquel día vi.-

En anciano carraspea un poco, toma un trago de sake que lleva en su cantimplora, y continúa. - En el flanco derecho de nuestro ejército se había situado un escuadrón de arqueros Tsuruchi, entre los que se encontraba la entonces joven Momoko-san. Durante la batalla, las flechas Tsuruchi causaron estragos en el ejército escorpión, y os puedo asegurar, que uno no sabe lo que significa una andanada Tsuruchi hasta que no la ve en acción. Cada vez que se oía el chasquido de los arcos, la muerte volaba inaplacable por el campo de batalla.

- Los arcos son de cobardes, mi maestro del Dojo siempre lo dice. - Interrumpe un joven adolescente, de porte chulesco, hijo de samuráis.

El anciano contesta tranquilamente.- Dudo que un arco, una espada o una lanza hagan valiente o cobarde a nadie, yo diría que los hombres son valientes o cobardes, y luego combaten con lo que tienen o pueden. En cualquier caso te puedo asegurar, que si bien no estoy completamente seguro de la cordura de la joven Tsuruchi, no tengo, ni tuve nunca, la menor duda de su valor.-

Carraspea de nuevo el anciano y bebe un trago de sake, para continuar de nuevo con los ojos puestas en el infinito, o quizá en el pasado. - Como iba diciendo, la batalla era sumamente complicada. Los escorpiones habían traído muchos más hombres al combate que el bando de los aliados, y la cosa no pintaba nada bien. En un momento dado, avanzado el combate, los escorpiones abrieron una brecha en nuestro flanco, muy próxima a los arqueros Tsuruchi, que les permitió a una avanzadilla dirigirse directos a nuestro cuartel de mando. Y ya sabéis lo importante que es mantener a salvo el cuartel de mando en una batalla.-

El anciano se acerca más a la hoguera, y su rostro se torna serio y severo, justo cuando continúa con la historia.- Pues bien, dicha avanzadilla comenzó a adentrarse en nuestras líneas camino el cuartel de mando, apoyado por una salva de flechas directa a los arqueros Tsuruchi. Aquella andanada de flechas dejó muchas bajas entre los arqueros Tsuruchi, cuyo valor empezó a titubear cuando los lanceros escorpiones cargaban hacia ellos. De esas flechas una se clavó en plena mano de Tsuruchi Momoko, lo que le impedía seguir disparando las flechas.-

- Esa herida fue dura para la pobre Momoko, tardó semanas en curarse, y todo el mundo habría entendido que se retirase del combate a retaguardia. Pero en ese momento lo único que podía detener a los escorpiones en su avance hacia el cuartel de mando, eran aquellas avispas que empezaban a flaquear. Y entonces, entonces sucedió...

El anciano vuelve a hacer una pausa, y a pesar de que su rostro se mantiene pétreamente severo, por momentos parece que asoma una sonrisa. - La Tsuruchi se adelantó al resto, todos podían verla sangrar profusamente por su mano asaeteada. No sé en qué momento se quitó las sandalias, pero cuando volví a mirar, esta invertida, apoyada sobre sus antebrazos, con las piernas en alto, y sostenía con sus pies el arco y una flecha. No se cómo demonios lo hizo, pero lanzo un flechazo certero directamente al líder de la avanzadilla escorpión, y lo dejo allí mismo, en el acto, muerto. Ante semejante hazaña, los Tsuruchi de su alrededor no podían retroceder, tensaron sus arcos y dispararon una y otra vez contra los escorpiones. Es cierto que los lanceros escorpiones llegaron hasta ellos, y fue una auténtica carnicería. Pero ante aquella oleada de flechas la avanzadilla escorpión tuvo que retroceder, y no tengo ninguna duda que, si hoy estoy aquí con la cabeza sobre los hombros, es porque aquellos escorpiones no pudieron llegar al cuartel de mando. -

-¡Venga ya, eso no se lo cree nadie!!- espeta el joven adolescente de porte chulesco.

- Te aseguro joven que aquella Avispa disparaba con los pies mucho mejor que muchos bushi con las manos. Aunque también es cierto que algún que otro disgusto también nos dieron sus "cabriolas" marciales.- dice sonriendo el anciano.

- Pues yo no querría a una loca como esa conmigo si un día debo partir como hiciste tú, anciano Nabutaro.- interrumpe de nuevo el joven, muy digno.

Se hace un corto silencio en el cual la mirada del anciano se pierde de nuevo, como recordando tiempos pasados. Cuando rápidamente vuelve a mirar al joven. - En esta vida los compañeros no se eligen joven, pero te aseguro que si volviera a mis días de juventud, en los que tantos errores cometí, y pudiera elegir a mis compañeros... volvería a viajar con aquellas Avispa pequeñaja y el resto de los que en ese tiempo tuve el placer de acompañar.

- Sigo pensando que desvarías anciano, lo que cuentas es imposible – espeta el ya impertinente joven.

El anciano pierde la mirada de nuevo en sus recuerdos, y en un tono más bajo, con una sonrisa en el rostro, dice mientras se levanta para irse a dormir.- Puede ser que no me acuerde, ya soy muy anciano, puede que no sucediera exactamente así, pero yo creo que así fue… y estoy seguro que a Momoko le hubiera gustado esta versión de la historia…

 Tras la batalla en Mitsu Otoko Rengo Heigen en la que la Alianza de los Tres Hombres formada por los clanes menores de la Avispa, el Gorrión y el Zorro derrotaron al Escorpión regresamos junto con las tropas Tsuruchi a Kyuden Ashinagabachi. Allí la actividad es frenética por parte de samuráis, heimin y eta, quienes, respectivamente, ayudan a reparar las armas dañadas en el combate, atienden a los heridos y disponen de los muertos.

Los shugenja con dotes sanadoras se encargan de los heridos más graves. Los demás debemos reposar para que nuestras heridas se curen por sí solas. Al poco anuncian que en una semana se dispondrá todo lo necesario para honrar en un gran funeral a aquéllos caídos en la batalla, incluido el tío de Momoko, Tsuruchi Okada. Así pues tenemos un motivo más para quedarnos en el Kyuden Avispa más allá de curar nuestras heridas. Los días se hacen largos sin nada que hacer… Trata de encerrar a un León y pídele que descanse y verás qué pasa… A los pocos días decido que estoy lo suficientemente recuperada como para volver al dojo. No hay nadie. Todo es para mí… La espera se hace más llevadera… 

Un par de días antes del gran funeral Asako Matsumoto se aproxima a mí para hablarme sobre su yojimbo, Shiba Nabutaro. Me dice, no sin algún que otro titubeo antes de abordar el tema, que éste ha decidido de forma voluntaria e unilateral renunciar a su mon, a su familia y a su clan y convertirse en un hombre-ola. -¿¡Qué!? -mi expresión debe resultarle abrumadora cuando el propio Matsumoto da de forma instintiva un paso hacia atrás y desvía su mirada de la mía. Apabullado, me relata de forma inconexa algunas de las razones aducidas por su yojimbo, como que le ha fallado en su obligación de protegerlo y muchas más palabras que me resultan huecas. ¡Por las Fortunas! ¡Si en algún momento Shiba Nabutaro ha fallado en su giri de proteger a Asako Matsumoto fue justo cuando decidió convertirse en un samurái sin amo, no antes!-. Ha abandonado el Kyuden y se aloja desde hoy mismo en una casa de huéspedes en la aldea cercana- me informa el Asako-. Tal vez si vos hablarais con él… -No le dejo terminar la frase- Tened por seguro que si voy a esa casa de huéspedes no serán precisamente palabras lo que cruce con él -tras lo cual un Matsumoto más pálido que de costumbre hace una atropellada reverencia de despedida y se marcha lo más rápido que puede intentando no parecer descortés.

Los dos días que faltan hasta el funeral transcurren sin más sobresaltos. Cuando llega el día nos presentamos todos a la hora indicada en el patio del Kyuden. En él, antes de prender la gran pira funeraria, los shugenja ofician los ritos que han de traer calma a los espíritus de aquéllos que ya han partido del Ningen-do y solaz a los familiares de los que se quedan.



Finalmente llega la mañana del día en que nos disponemos a partir a tierras Escorpión. Nos reunimos todos en el patio del castillo con nuestras pertenencias y provisiones para el camino facilitadas por la Avispa. Nos sorprende ver al shugenja del Zorro Kitsune Kusao equipado para viajar reunirse con nosotros. -Habéis ayudado a mi clan en una batalla en la que no tendríais siquiera que haber estado -responde cuando nos quedamos mirándolo-. Os acompaño para ayudaros en vuestra misión. Es lo menos que puede hacer mi clan por vosotros -termina su frase con una profunda reverencia de respeto-.

Al incorporarse, Kusao fija su vista en un punto detrás nuestra, de donde proviene el sonido de pisadas de alguien al aproximarse. Al girarnos todos vemos al yojimbo de Asako Matsumoto. Sus ropas no lucen ni los colores ni el mon del Fénix. Por todo atuendo, unas simples prendas de campesino de colores oscuros que a todas luces no se ajustan a su desmesurada estatura. Las llamativas sedas anaranjadas que decoraban la tsuka de su nagamaki han sido retiradas. No queda rastro que pueda dar pistas de su pasado samurái.  -Buenos días, samuráis-sama -se inclina mientras habla-. A partir de hoy mi nombre no es Shiba Nabutaro sino Nagare -el resto de mis compañeros, en un gesto que entiendo como de deferencia al que fuera Shiba Nabutaro, inclinan ligeramente sus cabezas en señal de respeto y aceptación. No yo. -Ronin -escupo en el suelo en señal de desprecio. Y sin mediar una palabra más cojo mis cosas y me dispongo a abandonar Kyuden Ashinagabachi rumbo al territorio del Escorpión. Al poco oigo el rumor de pasos de mis compañeros detrás de mí. Finalmente nos ponemos todos en marcha hacia el noroeste.

Prácticamente deshacemos el camino andado y en un par de días sin ningún incidente alcanzamos los terrenos en los que la Avispa deja paso al Escorpión. No se ve apenas actividad por esta zona y la calzada que recorremos se va deteriorando a medida que avanzamos. A fin de cuentas ¿quién querría ir voluntariamente en esa dirección? Los terrenos de cultivo de la Avispa van dejando paso poco a poco a un paisaje más árido con algún que otro árbol aislado. Esto, unido a la nula presencia de campesinos, hace que la puerta de la casa del Escorpión se presente poco incitadora a traspasarla. El espíritu del paisaje parece dominarnos poco a poco puesto que las palabras que nos cruzamos entre nosotros son las imprescindibles para seguir hacia adelante… 

A media tarde del tercer día de nuestro viaje avistamos lo que parece ser un puesto fronterizo Escorpión. Por fuera su aspecto es el de una fortificación recia. Está situada en una elevación del terreno desde la que se puede dominar fácilmente la visión de varias millas a la redonda. Nada podría aproximarse sin que los guardias Escorpión lo supieran. Y eso nos incluye a nosotros. A buen seguro hace ya tiempo que nos están aguardando, antes incluso de habernos percatado de la existencia del puesto mismo.

Efectivamente, a medida que nos acercamos vemos apostados en el tejado de la fortificación a un grupo de unos diez bushi Escorpión, todos ellos con la cara cubierta por los mempos de sus armaduras y con arcos destensados en sus manos. Asako Matsumoto se adelanta y se dirige hacia los soldados. Les explica brevemente que es el yoriki del magistrado Fénix Isawa Oruko y que nos dirigimos todos hacia la ciudad de Ryoko Owari en busca de un criminal que se hace llamar Kuroyubi. El bushi que parece estar al mando se adelanta un paso y responde desde la altura al ishiken-do. -Dejad vuestras armas a un lado del camino -. Obedecemos no sin cierto recelo y vamos apilando daisho, arcos y demás donde se nos indica. Al poco las pesadas puertas de la edificación se abren. Dos bushi salen de dentro. Mientras uno recoge nuestras armas otro nos pide nuestros papeles de viaje. Matsumoto se los alcanza tras buscarlos entre sus bolsillos. El bushi, tras examinarlos, nos hace ademán para que entremos delante de él. Una vez traspasado el umbral nuestros ojos se acostumbran a la penumbra del interior. Como buena fortaleza observo que las aberturas al exterior son pequeñas y están altas. La luz que dejan entrar es escasa. Hay pequeños candiles de aceites dispuestos a lo largo de las paredes que derraman un luz amarillenta. Un heimin nos recibe con una profunda inclinación y nos muestra el camino hacia una amplia habitación con futones en el centro donde nos indica que nos sentemos y esperemos. Una vez todos dentro, se marcha y la puerta se cierra tras de él. No hay ventanas en esta estancia de techos altos… 

Al poco la puerta se vuelve a abrir y esta vez quien entra es un samurái vistiendo una armadura completa. Parece que es quien está al mando, el chui de esta fortaleza. En una de sus manos vemos que trae los papeles de viaje que Matsumoto entregara antes a uno de los soldados. Se dirige directamente al Fénix. -Sois un grupo variopinto -dice paseando su mirada rápidamente entre nosotros-. Decidme quiénes sois, de dónde venís y qué os trae a tierras Escorpión. -Brevemente nos presentamos y Asako Matsumoto vuelve a narrar cómo nos conocimos en la pasada Corte de Invierno Fénix, cómo hemos continuado camino juntos tras la misma y cómo sus obligaciones para con el magistrado Fénix Isawa Oruko nos han llevado a todos en pos del bandido que se hace llamar Kuroyubi hacia Ryoko Owari. Tras unos momentos de silencio el chui vuelve a hablar. -¿De dónde habéis sacado estos documentos? -pregunta mientras los agita en el aire-. Matsumoto se aclara la garganta antes de responder en nombre de todos. -Nos los ha facilitado la madre de un compañero de viaje que no está entre nosotros, Toku Buntaro-san, del clan del Mono, ya que se quedó atrás en su hogar hace ya algunas semanas. Coincidimos con él en la Corte de Invierno en tierras Fénix y al terminar la misma pasamos por su casa en el viaje de vuelta. Sabedor de que nuestro destino en Ryoko Owari nos hacía necesitar documentos de viaje para las tierras del Escorpión la madre de éste, Soshi Nakane antes de desposar a un miembro del clan del Mono, se ofreció a facilitárnoslos -la elocuencia del Asako viene seguida nuevamente por el silencio del chui. Toda respuesta de éste es escudriñar al Asako tras su mempo durante unos segundos para, acto seguido, abandonar la estancia sin mediar palabra.

Sin forma de medir el paso del tiempo en esta estancia sin ventanas la espera se nos antoja eterna. Mis compañeros se acaban sentando en los futones. Yo camino de punta a punta de la habitación, nerviosa. Efectivamente no hay ninguna clase de apertura que no sea la misma puerta por la que hemos entrado. Los candiles con aceite están demasiado altos como para que ni siquiera el… más alto de nosotros los alcance. Los muros son gruesos… Tras lo que seguramente hayan sido horas oímos la puerta abrirse. Rápidamente todos nos giramos en esa dirección, algo decepcionados porque no vemos al chui de la fortaleza sino al mismo sirviente de antes que, junto con otro más, nos trae más futones y comida. -Pasaréis aquí la noche, samuráis-sama -responde cuando se le pregunta. Que sea un heimin y no el chui quien nos informe de nuestra situación me enfada más si cabe que el hecho de tener que dormir como prisioneros en una fortaleza Escorpión. -Ya que tengo que pasar aquí la noche -replico desafiante al heimin- quiero asearme como es debido. -Hai, samurái-sama. Os ruego que esperéis. -Tras su respuesta abandona la habitación y, al poco, aparecen dos bushi que se disponen a ambos lados de la puerta esperando para escoltarme a los baños. Tras coger mis cosas me dirijo hacia la puerta. Rápidamente se sitúa un bushi delante y otro detrás mía y salimos. El trayecto no es largo. Aun así me da tiempo para corroborar la primera impresión de la fortaleza. Una construcción sólida, fácilmente defendible desde dentro, puntos estratégicos perfectamente controlados… Una vez comprobado lo que quería apenas me demoro en mi aseo más de lo necesario y regreso, siempre escoltada por los dos bushi, junto a mis compañeros. Les informo de mis observaciones sobre la fortaleza. Mal que nos pese estamos en sus manos y no podemos hacer otra cosa que no sea esperar… 

Despertamos al día siguiente. La noche ha transcurrido tranquila. El mismo heimin nos trae esta vez el desayuno. Y seguimos esperando… Calculamos que será mediodía cuando las puertas se vuelven a abrir. Pero no es el heimin trayendo la comida. Esta vez es el chui de la guarnición con nuestros documentos de viaje. Se los da al Asako, quien los dobla cuidadosamente y los guarda. -Podéis marcharos -dice. Cogemos nuestras pertenencias y nos disponemos a salir de la estancia. Un grupo de bushi Escorpión nos escolta y nos conduce hacia fuera, a través de otra puerta situada en el extremo contrario de la fortaleza, ya en pleno territorio Escorpión. Una vez en el camino de nuevo vemos nuestras armas apiladas a un lado. Al avanzar para recogerlas oímos cómo las recias puertas de la fortificación se cierran detrás nuestra. Nos pertrechamos y nos disponemos a retomar nuestra marcha. Ante nosotros, el mismo paisaje agreste… 



A un día de viaje desde aquí y con la mente puesta en nuestro destino, Ryoko Owari, deberíamos llegar, nos informa Asako Matsumoto, al templo dedicado a la Fortuna Hotei-Seido, la Fortuna de la Satisfacción. Como así sucede. La capilla dedicada a esta Fortuna es pequeña pero acogedora. Diversos murales con variadas temáticas reflejan distintas clases de placeres de la vida de los que la Fortuna es patrona. Tras realizar ofrendas a la Fortuna por acogernos en su casa les preguntamos a los monjes que allí se encuentran por la dirección a seguir hacia Ryoko Owari. Nos dicen que es sencillo, que solo hay que seguir el Camino Imperial durante semana y media o dos semanas. Agradecemos a los monjes su información. Solo que para poder transitar el Camino Imperial hace falta un permiso especial del que carecemos…  Pensamos que a buen seguro tiene que haber alguna clase de camino o sendero que discurra paralelo al Imperial así que decidimos buscarlo y seguir por él sin perder de vista el Camino Imperial para que nos sirva de guía. Pasamos aquí la noche y al día siguiente reanudamos nuestra marcha al amanecer.

Tal y como nos dijeron los monjes el camino mejora sensiblemente pocos kilómetros más adelante. Es sin duda el Camino Imperial. Lo abandonamos pues en busca de una ruta alternativa que no tardamos en encontrar. Es un sendero abierto a fuerza de transitar por él, aunque lo cierto es que no nos hemos cruzado con nadie todavía. Ni tampoco nos hemos topado con granja alguna ni con ningún poblado. El ambiente es bastante descorazonador… 

Al anochecer buscamos un sitio donde refugiarnos para pasar la noche al raso lo más cómodamente posible. Las noches aún son frías. Encendemos un pequeño fuego y disponemos las guardias, que transcurren sin novedades.

Retomamos la marcha. Poco se diferencia este día del anterior. Al cabo de unas horas vemos movimiento más hacia adelante en el mismo sendero. Parece un comerciante, a juzgar por la pequeña carreta que conduce. Al cruzarnos le preguntamos por alguna posada o aldea que esté de paso por este camino. Nos confirma que efectivamente más adelante, a un par de días, podremos encontrarnos con una aldea. Será perfecta para pasar una noche y comprar más provisiones de viaje. La distancia hasta nuestro destino final es larga… 

Tras darle las gracias el comerciante se marcha hacia su destino y nosotros, hacia el nuestro. Absorta en mis propios pensamientos no sé qué es exactamente lo que habla Matsumoto en ese momento con su yojimbo. Lo que sí que percibo es el tono de duda en la voz del ishiken-do. -¿De verdad, Asako Matsumoto-san, que le estáis pidiendo consejo a un ronin? -interrumpo bruscamente lo que estuviera diciendo el Fénix, que se queda petrificado sin saber qué decir. Kitsune Kusao rompe el tenso silencio dándome la razón aunque sólo en parte. Lo fulmino con la mirada. Después es el ronin quien habla dirigiéndose a mí. -No espero que entendáis mi decisión, Matsu-sama -dice-. No me considero digno del mon que portaba y he decidido dejarlo atrás. -Estás en lo cierto, ronin. No lo entiendo. -Doy por zanjada la discusión. Entonces es la Avispa quien comienza a hablar con él pero no la escucho. Mi cabeza bulle con otros pensamientos. Pensamientos que me llevan a la forma en que mi abuelo encontró la paz de espíritu y regresó al ciclo kármiko gracias a Shiba Nabutaro y cómo éste volvió a recuperar su honor perdido gracias a mi abuelo… Todo eso despreciado por este ronin… 

Al anochecer nos encontramos con una posada cerca del camino. ¡No podía aparecer más a tiempo! Nos apresuramos a entrar. Al abrir la puerta nos recibe el calor que desprende una chimenea situada a la derecha de la sala comunal. No nos sorprende que la sala esté vacía dado el poco tránsito de esta ruta. Lo que sí que nos llama la atención es ver a un samurái cerca del fuego y frotándose las manos para entrar en calor. Un Cangrejo, nada menos, y de envergadura considerable. Lo saludamos cortésmente a lo que él replica simplemente con un gesto de su cabeza y lo que parece un gruñido. ¡Cangrejos!. Una mujer vieja, probablemente la regenta de la posada sale a recibirnos. -Buenas noches, samuráis-sama. ¿Qué puedo hacer por vosotros? A buen seguro buscáis un plato de comida caliente y un techo donde pasar la noche, ¿neh? -asentimos. La estancia es agradable, bien sea por el calor de la chimenea o por la promesa de un sueño despreocupado. Tras la cena, y el sake, el sueño comienza a vencernos y decidimos retirarnos a dormir. 

A la mañana siguiente nos despertamos refrescados gracias a un descanso reparador. Desayunamos y nos preparamos para volver al camino. A quien ya no vemos es al Cangrejo. La vieja nos informa de que se levantó mucho antes que nosotros y partió. Tras pagarle, emprendemos la marcha.

Nada remarcable ocurre durante la jornada. Volvemos a no cruzarnos con nadie. Hay mucha quietud. De nuevo cae la noche y tenemos que pasarla al raso, por lo que buscamos un sitio adecuado y disponemos las guardias. El Fénix junto con su yojimbo, la primera; el Zorro, la segunda. Yo, la tercera y la Avispa, la última. Todo en calma. Durante mi guardia veo cómo Tsuruchi Momoko se agita inquieta en sueños. La observo de reojo sin perder de vista los alrededores. Pero Momoko no se calma. Se remueve y tiembla en su improvisado lecho. Cada vez más. A la vez que sus lamentos se elevan de tono. Van camino de convertirse en gritos. Empieza a sacudirse de forma violenta. Temo que se pueda hacer daño y me apresuro a despertarla. Justo cuando la toco profiere un alarido que me hiela la sangre y despierta sobresaltados al resto de mis compañeros. -No es nada… no es nada… -dice la Avispa bañada en sudor frío- Tan solo… una pesadilla… -¿Estáis segura, Momoko-san? -inquiero -Yo… -¿Os apetece algo de sake? Me traje el que sobro de la cena de anoche. No es mucho… -Sí. Un poco de sake estará bien...- Una vez pasado el sobresalto inicial el resto vuelven a dormir. Yo no me acuesto tras terminar mi guardia. Me quedo junto a Momoko, todavía alterada. -Ha debido de ser una pesadilla muy vívida. Aún estáis temblando -su mirada perdida vuelve. -Así es… he soñado… con mi hija… La tenía aquí mismo, en mis brazos llenos de su sangre y de la mía… Aquí mismo… en mis brazos… 

Finalmente amanece. Recogemos en un extraño silencio y una vez más volvemos al camino. Con el pasar del tiempo los ánimos vuelven a ser más templados. Seguimos sin ver a nadie y eso comienza a escamarnos. Kitsune Kusao utiliza sus dotes para comunicarse con los animales y convoca a un pequeño pájaro, un jilguero. Éste le dice, según nos traduce el Zorro, que vamos en la dirección correcta, hacia el oeste, y que todo está tranquilo. Seguimos pues caminando. Tras una frugal comida, ya mediada la tarde, divisamos a alguien en el camino, a lo lejos. La primera persona en dos días. No parece moverse. De hecho parece estar sentada en el suelo con las brazos abrazando sus rodillas y su cara hundida entre éstas. Conforme nos vamos acercando vemos que se trata de una mujer… y que está llorando. El ronin se para en seco. La mujer levanta su cabeza y lo mira fijamente. Extiende sus brazos hacia él y todos podemos ver ahora cómo su pecho está atravesado de flechas. Flechas León. -Nabutaro… -lo llama con voz suplicante-. ¿Tomoe? -responde con voz incrédula. -¿Eres tú de verdad? -¡Por supuesto que no lo es! -le grito-. ¡Es imposible! ¿No lo veis? -desenvaino mi katana y me acerco a la carrera para enfrentarme con el engendro que está ante nosotros. -¡No! -grita el ronin-. Momoko se interpone ante él al tiempo que Kusao hace que la tierra bajo sus pies le inmovilice en el sitio. Esa cosa no se mueve cuando me acerco. Tan solo mira con ojos suplicantes. Mi katana dibuja un arco certero cuando desciende y la decapita. El grito del ronin está cargado de dolor por presenciar la muerte de su ya fallecida esposa… y de ira, por ser un León de nuevo la mano ejecutora.

Kusao espera a que el ronin se calme y entre en razón antes de liberarlo. Mientras, el resto nos dedicamos a buscar leña y quemar el cadáver de ese engendro. Cuando la hoguera se consume y el ronin se calma la noche ya está en ciernes. Buscamos un sitio para pasarla. Dormir o, siquiera descansar, se antojan tareas más difíciles…

Me despierta Kusao para que dé comienzo mi guardia. Me pongo mi armadura mientras me pone al corriente y me dice que no ha habido ninguna novedad durante su turno ni durante el anterior. Se lo agradezco y le digo que procure descansar. Se recuesta en su cama improvisada y se acomoda en ella. En el profundo silencio de esta noche el crepitar de la hoguera se vuelve ensordecedor. Sus llamas lamen la oscuridad en una danza hipnótica… Hay alguien más aquí. Por el rabillo del ojo atisbo una figura. Me giro rápidamente. Mi mano diestra vuela hacia la empuñadura de mi katana. Una mujer. Una samurái vistiendo armadura completa y portando un daisho. Claramente reconocibles son los colores y el mon del León. Sobre su corazón, el mon Matsu. En su mano derecha, una katana ya desenvainada. Hace ya más de diez años que no veo ese rostro pero sé perfectamente quién es…  -¡Qué vergüenza! -comienza a decirme mientras clava sus ardientes ojos en los míos-. Que una hija mía haya podido llegar a tener tratos con un Grulla. ¡Un Grulla! ¡El enemigo ancestral del León! Y que haya llegado a ser tu compañero de armas. Y que hayas podido llegar a sentir siquiera algo de… aprecio por él -el desdén se arrastra en sus palabras como el veneno por la boca de la serpiente-. Madre, eso no es así, no fue así como ocurrió… -¡Qué vergüenza de hija! -levanta su katana apuntándome con ella-. ¡No! ¡No fue así! ¡No tergiverséis los hechos! -¡Vergüenza! -¡No!



Mis compañeros, alertados por los gritos, se despiertan y corren a empuñar sus armas. Oigo a la Tsuruchi tensar su arco y decirme que espera mi orden para disparar. El ronin coge su nagamaki y se prepara para cargar. -¡Vaya! -dice con voz ronca-. Así que ahora tienes a otros que pelean por ti… -¡Mientras quede un hálito de vida en este cuerpo nadie va a pelear por mí! -A continuación todo sucede con la velocidad de un relámpago. Dos Matsu enzarzadas en combate singular, sin cuartel. El primer golpe muestra lo igualado de nuestras fuerzas. Y como una exhalación el ronin se interpone entre mi madre y yo y hunde el nagamaki forjado junto a mi abuelo en el pecho de mi madre. -¡No! -le grito-. ¡Maldito seas, ronin! ¡Era yo y solo yo quien debía acabar con ese engendro! -Me lanzo llena de ira contra él. Kitsune Kusao llega a tiempo de volver a lanza el conjuro de Tierra inmovilizador contra mí y detiene mi carga. Aun así estoy lo suficientemente cerca como para alcanzarle. Pero no le causo todo el daño que mi furia ciega pretendía.

Pasa una eternidad antes de que recupere la calma. -¿Voy a tener que quedarme así toda la noche? -digo enfadada en alusión a mi prisión de tierra. Kusao deshace el hechizo rápidamente y me libera, no sin cierto temor-. ¿Y nadie va a ayudarme a recoger leña para quemar esa… cosa? ¿Tengo que hacerlo todo yo? -me dirijo hacia los alrededores más próximos de nuestro campamento. Algunos de mis compañeros se aprestan a imitarme.

Para cuando terminamos el alba ya despunta en el este. Es hora de continuar. Esta vez todos vamos preparados, atentos a la próxima aparición que sin duda vendrá.

Así resulta ser. Según avanzamos vemos a lo lejos a dos figuras que se aproximan discutiendo entre ellas. Ni nos lo pensamos cuando desenvainamos nuestras armas y nos ponemos en guardia. Al acercarse distinguimos los colores verde y marrón, los colores del Zorro. Miramos de reojo a Kusao. Éste parece reconocerlos a los dos aunque fijando la mirada vemos que ambos son idénticos. Ambos son el abuelo de Kusao, nos dice el Kitsune. No esperamos a ver con qué trucos nos van a sorprender. Cargamos. El primero cae. Cuando nos giramos a por el segundo éste se esfuma literalmente en el aire convertido en humo. Cuando disponemos del cadáver me dirijo hacia el ishiken-do. -Decidme. ¿Hemos vuelto a abandonar el Ningen-do como ya nos ocurrió en tierras Fénix? ¿Estamos acaso de nuevo en el Chikushudo? ¿Dónde estamos? Porque esto no es la tierra de los mortales. -Es sin embargo el shugenja Zorro quien me responde -Tenéis razón al afirmar que esto no es el Ningen-do. Pero no es el Chikushudo tampoco. Permitidme. -Cierra los ojos y se concentra durante unos minutos. Los vuelve a abrir y nos mira a todos-. Estamos en el Reino de los Sueños, el Yume-do -nos informa-. En algún momento hemos debido atravesar algún portal que nos ha traído hasta aquí. Para regresar tenemos que encontrar ese portal u otro que nos lleve a nuestro plano. Pero no sé dónde puede estar. -Al menos sabemos que estamos perdidos, lo cual es un punto de partida para empezar a buscar la salida. A todos se nos ocurre lo mismo casi a la par. La posada. Seguro que ha tenido que ver algo. Todo empezó cuando la abandonamos. Decididos a volver a la posada giramos sobre nuestros pasos y marchamos en dirección este, esta vez. Estamos a menos de tres días de volver. O eso esperamos… 

El primer día y la primera noche transcurren si ninguna clase de sobresalto. Esto nos anima. Tras el frugal desayuno del nuevo día levantamos el campamento. Atareados como estamos en recogerlo todo lo más rápido posible para continuar viaje solo nos damos cuenta de que algo va mal cuando vemos a Asako Matsumoto hablar con su propio padre, Asako Amane, que se encuentra frente a él. Su voz se acaba alzando en un grito. -¡No, padre! ¡Yo no soy mi hermano! ¡No me comparéis con él! -sin pensarlo, desenfundo mi katana y acabo con la réplica del padre de Matsumoto. Mi futuro suegro… No lo pienso más… 

Tras disponer del cuerpo, retomamos la marcha. Todos alerta. Nadie habla. De nuevo, una figura se perfila a lo lejos en el camino. Preparamos nuestras armas. Al acercarnos vemos que se trata de un bushi, un Unicornio. Uno que conocemos muy bien los que asistimos  la Corte de Invierno en tierras Fénix. Shinjo Gidaju. Esta vez el Asako se nos adelanta a los bushi e invoca la ayuda de los kami de Fuego. Una bola ardiente con forma de pájaro sale despedida de sus manos e impacta en el pecho del supuesto Shinjo, que cae de espaldas por el impacto. Al acercarnos corriendo para rematarlo vemos sin embargo que el fuego ha consumido parte de las ropas Unicornio y debajo asoman los colores del Cangrejo. Sorprendidos por el hallazgo, vemos ahora cómo la figura de Shinjo Gidaju ya no es tal. Estamos ante el samurái Cangrejo que nos encontramos en la posada.

Lo ayudamos a levantarse. Se presenta como Kaiu Joji. Porta una armadura pesada y en su diestra, un tetsubo de considerables dimensiones. Nos llama la atención el color negruzco de sus encías… Está tan confundido como nosotros. Sin entrar en mayor detalles nos confirma que él también ha tenido extraños encuentros en esta tierra extraña. También pensó en volver hacia la posada para tratar de dar con una explicación y con el camino de vuelta a casa. Pero que por mucho que lo ha intentado no ha logrado dar con ella… 
No se puede saber lo que es el sufrimiento si no se conoce la dicha. Yo no supe lo que era el dolor hasta ese instante; un corto instante de felicidad me hizo consciente de que hay algo distinto a una perenne agonía. Pero eso ha hecho mi existencia más soportable: por mucho que el dolor me atenace lo aguantaré sabiendo que, más pronto o más tarde, ese instante volverá, aun cuando sea sólo por el tiempo que lleva un parpadeo.
Mis días son nadar en un mar de sangre negra. Pero a veces, muy raras veces, puedo subir a tomar aire. La sangre me ciega, me ahoga, me encadena, me arrastra... Pero a veces, sólo a veces, mi garganta es libre para gritar, durante ese breve instante, antes de que la sangre la inunde de nuevo y la haga enmudecer.
En ese instante, estamos juntas.
En ese instante, siento el vínculo.
Un sueño apacible en una interminable pesadilla.
Siempre hemos estado unidas y nunca dejaremos de estarlo.
No puede haber lazo más fuerte que éste, pues sólo este lazo es tan fuerte como para que ni siquiera la muerte pueda romperlo. En ese instante nuestras manos agarran el lazo como si estuviesen intentando salvar una pared resbaladiza, una pared bañada en sangre, hasta que se unen.
Un cruel chasquido me golpea los huesos haciéndome caer de nuevo. Es como si la muerte me quisiera recordar que nos separó y que sus decretos no se desobedecen. Percibo su odio. Nos odia porque no ha podido separarnos; porque siempre volveremos a alzar nuestras manos, siempre volveremos a unirlas. Aunque me arroje una y otra vez al mar de sangre sé que volveremos a abrirnos paso y, ese momento, en el cual siento el calor que sólo un lazo como el nuestro puede regalarme, será el que me dé las fuerzas para soportar una eternidad de tortura... hasta que nuestras manos se vuelvan a tocar.
Hasta que vuelva a verla a través de una cortina de lágrimas. Hasta que vuelva a levantar mi voz para decirle: "Mamá". 

Los shugenja terminan de examinar nuestras heridas y de lanzar los últimos hechizos de curación. Kitsune Kusao, guiado por una corazonada, sale al exterior para cerciorarse de algo. Intrigados, esperamos a que regrese. No se demora demasiado. Nos explica que temía que los cadáveres de fuera se levantaran y vinieran a por nosotros. Afortunadamente no es así. Bastante recuperados, fijamos nuestra atención en los cinco supuestos ronin que yacen a nuestros pies. Tsuruchi Momoko decide que prefiere salir de la mina. Teme que vengan más por nuestra retaguardia y prefiere ir a echar un vistazo. El ishiken-do Matsumoto examina la bolsa de pergaminos del shugenja abatido. Si bien no logra descifrarlos todos sí que nos indica que la mayoría de los hechizos pertenecen al anillo de Fuego. Algo previsible, por otro lado... Ninguno de los que aquí yacen presentan mon ni distintivo alguno. Esto empieza ser irritante… y preocupate a la vez. Alguien se está tomando muchas molestias en ocultar sus cartas hasta no tener más remedio que jugarlas… Tras esta estancia vemos en el otro extremo una boca de túnel que se adentra en la roca. Esperamos a Momoko antes de adentrarnos en este nuevo camino. No tarda mucho más en aparecer sin novedades que contarnos. Avanzamos pues por el único camino que hay. El pasillo tiene las mismas características que el anterior; podemos movernos de dos en dos. Nabutaro y yo vamos delante, armas en mano. Detrás, Momoko y los shugenja.

No pasa mucho hasta que damos con una nueva estancia similar a la anterior. A diferencia de aquella en el extremo de ésta hay tres bocas de túneles. Lo que inmediatamente capta nuestra atención es el cuerpo caído de un ronin, puesto que no lleva ningún mon, pero sí una armadura completa y pesada a diferencia de los de la sala anterior, que llevaban armadura ligera. Una mirada más atenta nos alerta de que todavía fluye sangre por sus múltiples heridas. ¡Está vivo! El Kitsune se apresura a incorporarlo solo para que, un segundo después, exhale su último suspiro. Lo vuelve a depositar en el suelo. Empuña una katana, mojada en sangre. Nos damos cuenta ahora, al girarlo el Kitsune, de que además de los cortes y heridas punzantes propias de las armas blancas también presenta heridas de abrasión. Hay signos de lucha y pisadas de más gente, todo muy reciente… El ishiken-do se acerca entonces al ronin caído y saca de su bolsa uno de sus pergaminos. Tras recitarlo, con sumo cuidado para no tocar el cadáver, extrae una nota cuidadosamente plegada y escondida entre las láminas de la armadura del ronin. Una escueta nota manuscrita sin nombres ni sellos… “Busca en una mina y protégela hasta que llegue…” Al menos la suposición de Momoko es cierta. Alguien más sabe de esta mina y va a venir… En el suelo de esta segunda estancia se ven claramente las pisadas de más gente, sin duda sus oponentes en la lucha, los ronin de la primera estancia, puesto que ningún rastro sale desde aquí hacia las bocas de los tres túneles y sus heridas corresponden a cortes con armas de filo punzante y… fuego… 

Nos aprestamos a examinar los otros túneles. No son demasiado largos por lo que en poco tiempo los exploramos. Lo único relevante que encontramos son unas vetas de mineral y algo de polvo… ¡dorados! ¡El clan de la Avispa posee en su territorio una mina de oro! Es la pieza que faltaba por de encajar en el puzzle: El ejército Tsuruchi no es lo suficientemente poderoso como para defender una mina de esta s características, así que la única forma de conservarla es el secretismo. Pero ahora hay alguien más que la conoce y la codicia. Y va a venir a por ella… 

Salimos rápidamente de la mina con la determinación de hacer llegar estas noticias cuanto antes. Examinadas nuestras posibilidades, Shiba Nabutaro juzga lo más razonable ir a alertar a los puestos fronterizos de la Avispa con el Escorpión y la Grulla, puesto que se encuentran ambos a dos días de nuestra posición, mientras que Kyuden Ashinagabachi nos queda a cuatro.

Volvemos a Saiga, la aldea cercana, para que Tsuruchi Momoko pueda escribir sendas misivas destinadas a las guarniciones Avispa en las fronteras y para pertrecharnos debidamente para el viaje. Vamos directamente a casa de Hano “el cojo”, quien vuelve a temblar de puro nerviosismo al vernos, más con nuestro aspecto tras la lucha de la mina. A nuestros requerimientos el heimin se echa al suelo ante nosotros y, sin dejar de temblar, nos dice que no hace más de unas pocas horas que un samurái Tsuruchi llegó a la aldea para decir a sus habitantes que se quedaran, que resistieran, que la guerra estaba en marcha. -¿La guerra contra quién? -inquiero. Pero Hano no es capaz de respondernos, puesto que el Tsuruchi no lo dijo. Eso nos ahorra el viaje que habíamos planeado ya que la Avispa ya está sobre aviso de una inminente invasión. Pero ¿a manos de quién?… 

Así las cosas, decidimos que al día siguiente, tras haber comido y descansado adecuadamente, emprenderemos viaje hacia el norte para acompañar a Momoko. Ya no hay la prisa de antes y no serviríamos de nada en el estado tan lamentable en el que nos encontramos. El semblante de la Tsuruchi es serio y la preocupación se hace visible en él… 

Emprendemos la marcha nada más despuntar el día montados en los ponis que trajimos desde el Kyuden Avispa. Estamos alerta en todo momento pero lo cierto es que no sucede nada durante prácticamente dos días. Es en el atardecer del segundo día cuando hacia el norte, la dirección en la que vamos, oímos ruido de  pasos marchando, a juzgar por el ritmo militar que imparten y por el polvo que levantan su camino. No sabiendo si nos vamos a encontrar de bruces con el enemigo o con huestes Tsuruchi nos hacemos a un lado del camino y nos preparamos. Al poco empezamos a divisar a lo lejos los estandartes con los colores de la Avispa. Un silencioso suspiro de alivio nos recorre a todos. Momoko es la primera que sale al camino al encuentro de las levas. Nos hacemos a un lado cuando los samuráis empiezan a invadir todo el camino en su paso hacia la guerra. Y nos percatamos de que no solo hay Avispas, sino también Zorros y Gorriones. Los tres clanes reunidos en Kyuden Ashinagabachi. Un jinete Tsuruchi se nos aproxima al ver que en nuestro grupo se encuentra una integrante de su clan. -Hemos sido llamados a filas -dice -. El Escorpión ha cruzado la frontera. Tenéis que incorporaros. Vos también – dice dirigiéndose tanto a Momoko como a Kusao. Ambos sin dudarlo se dirigen cada uno hacia donde se encuentran sus compañeros de clan. Así que el Escorpión… 

Y mientras los dos Fénix, Shiba Nabutaro y Asako Matsumoto, parecen enfrascados en una eterna disquisición sobre la conveniencia o no de unirnos a los que han sido nuestros compañeros de armas de los últimos días, yo ya he montado de nuevo sobre mi poni. -¿De verdad os lo estáis siquiera planteando? -Tras lo cual espoleo mi montura y busco a Momoko para que me lleve ante quien esté al mando de su columna. No parece que les haya dejado mucha opción a los Fénix pues finalmente optan por unirse también. Solo espero que el hermano de Matsumoto no requiera de tanto tiempo para tomar una determinación tan simple como ésta… 

Espero a la parada para hacer noche para ir a hablar con la Avispa. Momoko ya sabe que venimos, nos ha visto reanudar la marcha y situarnos en la retaguardia. Desde aquí se puede apreciar a groso modo que se componen de dos legiones, unos mil efectivos en total.

Cuando la marcha se detiene para pasar la noche me acerco a Momoko y le comunico mis intenciones de luchar a su lado. Ésta me lleva ante el mismo Avispa que se nos acercó cuando nos encontramos en el camino. Me dice que Avispa, Gorrión y Zorro han formado una alianza que han llamado “de los Tres Hombres”. Curioso nombre si tenemos en cuenta que la Campeona del Clan Kitsune es una mujer… El Tsuruchi a su vez me lleva ante el mismo Campeón de su clan, Tsuruchi-dono. Ante él repito mi ofrecimiento y pongo a su sevicio mis conocimientos como estratega aprendidos en la escuela Akodo, además de mi adiestramiento marcial como Matsu. Asiente, con el rostro sombrío, y acepta que me una no solo a la Avispa sino a su propia guardia personal. Todo un honor. En cuanto a los Fénix, Asako Matsumoto es demasiado valioso como para exponerlo, así que se acuerda que no entre en combate y que se quede con los sanadores. Y junto a él, su yojimbo, Shiba Nabutaro.

Al día siguiente, al amanecer, todos estamos más que dispuestos para acudir al campo de batalla, una planicie lo suficientemente vasta para la lucha de ambos ejércitos. Una vez apostados esperamos a que el Escorpión haga acto de presencia. Al poco, el otro extremo de la llanura empieza a cubrirse con colores rojos y negros. Desde aquí puedo apreciar que es un ejército más numeroso que el nuestro, tres legiones. Y se trata de un clan mayor… Respiro profundamente… 

Mitsu Otoko Rengo Heigen

Los Campeones de los tres clanes, Suzume, Kitsune y Tsuruchi, avanzan a la par, montados, hasta el centro de la llanura. Por parte del Escorpion, su general, pertrechado con armadura pesada roja y negra y un mempo que le hace las veces de máscara. Permanecen unos minutos eternos parlamentando frente a frente tras los cuales cada delegación gira grupas y vuelve a sus filas respectivas. -La batalla va a comenzar -anuncia Tsuruchi-.

El mismo Campeón de la Avispa es quien comanda nuestras dos legiones. Tras una comprobación a la disposición de las fuerzas enemigas Tsuruchi me pregunta mi opinión. Tras un rápido escrutinio le señalo los puntos por los que podríamos romper su defensa. Asiente. Nos adelantamos y nos preparamos para el combate… 

Un grupo de bushi Escorpión se aproxima rápidamente hacia nuestro general, pensando que un ataque tan rápido nos cogería con la guardia baja y podrían capturarlo. Tal vez con otros hubiera funcionado… Los rechazamos fácilmente aunque uno de ellos no se da por vencido y se encara conmigo. He de reconocer que es endiabladamente rápido y su katana consigue alcanzarme. No lo suficiente. Mi respuesta le deja sin aliento y con un feo tajo cruzándole el pecho. Sus sanadores tendrán que emplearse a fondo con él…

Tras la escaramuza, Tsuruchi vuelve a mirar alrededor y vuelve a pedirme consejo sobre la mejor estrategia a seguir. Le ofrezco mi parecer pero siempre es él quien tiene la última palabra sobre las acciones a seguir. 

Tsuruchi decide avanzar hacia la vanguardia del combate y con él, nosotros, su guardia personal. El Campeón de la Avispa vuelve a ser el objetivo de los bushi Escorpión que se lanzan a por él. Tampoco tienen éxito esta vez. Son rechazados una y otra vez. 

Una y otra vez… ¿Es posible que este ejército formado por dos legiones de tres clanes menores esté haciendo recular a tres legiones de un clan mayor? La Alianza de los Tres Hombres está haciendo retroceder al ejército Escorpión. No es ningún espejismo. ¡Está sucediendo!

El ejército Escorpión finalmente se retira del campo de batalla dándola por perdida. Ahora es el turno de los eta para recoger a los caídos en batalla y de los shugenja para sanar a los heridos. Tras ser dispensada de mis deberes para con Tsuruchi-dono corro a buscar a mis compañeros. Las Fortunas quieran que los encuentre bien… Al acudir al puesto de los sanadores veo a ambos Fénix en buen estado, si bien el aspecto de Nabutaro es el de un combatiente más que ha defendido a su protegido. Al poco consigo ver a Kusao y a Momoko. Ésta, cabizbaja, nos cuenta cómo uno de sus tíos, Tsuruchi Okada, ha sido uno de los caídos. El silencio que se hace presente en nosotros en el pésame más elocuente que podemos brindarle…

Sanados al menos de nuestras heridas más acuciantes, los ejércitos de la Alianza de los Tres Hombres, y nosotros tras ellos, regresamos a Kyuden Ashinagabachi. Allí nos quedamos hasta recuperarnos del todo. Mientras, las noticias sobre el ataque Escorpión llegan hasta Tsuruchi.

Según éstas, el ataque lo lideró un general Escorpión rebelde, Bayushi Tomaru, que actuó por su cuenta y nunca bajo las órdenes directa del Campeón Escorpión, Bayushi Shoju. Apenas puedo contener mi expresión de sorpresa, primero, y rabia, después… En cualquier caso, el Escorpión asegura que ya ha tomado las medidas oportunas contra dicho general…

Veo al yojimbo del ishiken-do más taciturno de lo habitual estos días en Kyuden Ashinagabachi…