Tras la batalla en Mitsu Otoko Rengo Heigen en la que la Alianza de los Tres Hombres formada por los clanes menores de la Avispa, el Gorrión y el Zorro derrotaron al Escorpión regresamos junto con las tropas Tsuruchi a Kyuden Ashinagabachi. Allí la actividad es frenética por parte de samuráis, heimin y eta, quienes, respectivamente, ayudan a reparar las armas dañadas en el combate, atienden a los heridos y disponen de los muertos.

Los shugenja con dotes sanadoras se encargan de los heridos más graves. Los demás debemos reposar para que nuestras heridas se curen por sí solas. Al poco anuncian que en una semana se dispondrá todo lo necesario para honrar en un gran funeral a aquéllos caídos en la batalla, incluido el tío de Momoko, Tsuruchi Okada. Así pues tenemos un motivo más para quedarnos en el Kyuden Avispa más allá de curar nuestras heridas. Los días se hacen largos sin nada que hacer… Trata de encerrar a un León y pídele que descanse y verás qué pasa… A los pocos días decido que estoy lo suficientemente recuperada como para volver al dojo. No hay nadie. Todo es para mí… La espera se hace más llevadera… 

Un par de días antes del gran funeral Asako Matsumoto se aproxima a mí para hablarme sobre su yojimbo, Shiba Nabutaro. Me dice, no sin algún que otro titubeo antes de abordar el tema, que éste ha decidido de forma voluntaria e unilateral renunciar a su mon, a su familia y a su clan y convertirse en un hombre-ola. -¿¡Qué!? -mi expresión debe resultarle abrumadora cuando el propio Matsumoto da de forma instintiva un paso hacia atrás y desvía su mirada de la mía. Apabullado, me relata de forma inconexa algunas de las razones aducidas por su yojimbo, como que le ha fallado en su obligación de protegerlo y muchas más palabras que me resultan huecas. ¡Por las Fortunas! ¡Si en algún momento Shiba Nabutaro ha fallado en su giri de proteger a Asako Matsumoto fue justo cuando decidió convertirse en un samurái sin amo, no antes!-. Ha abandonado el Kyuden y se aloja desde hoy mismo en una casa de huéspedes en la aldea cercana- me informa el Asako-. Tal vez si vos hablarais con él… -No le dejo terminar la frase- Tened por seguro que si voy a esa casa de huéspedes no serán precisamente palabras lo que cruce con él -tras lo cual un Matsumoto más pálido que de costumbre hace una atropellada reverencia de despedida y se marcha lo más rápido que puede intentando no parecer descortés.

Los dos días que faltan hasta el funeral transcurren sin más sobresaltos. Cuando llega el día nos presentamos todos a la hora indicada en el patio del Kyuden. En él, antes de prender la gran pira funeraria, los shugenja ofician los ritos que han de traer calma a los espíritus de aquéllos que ya han partido del Ningen-do y solaz a los familiares de los que se quedan.



Finalmente llega la mañana del día en que nos disponemos a partir a tierras Escorpión. Nos reunimos todos en el patio del castillo con nuestras pertenencias y provisiones para el camino facilitadas por la Avispa. Nos sorprende ver al shugenja del Zorro Kitsune Kusao equipado para viajar reunirse con nosotros. -Habéis ayudado a mi clan en una batalla en la que no tendríais siquiera que haber estado -responde cuando nos quedamos mirándolo-. Os acompaño para ayudaros en vuestra misión. Es lo menos que puede hacer mi clan por vosotros -termina su frase con una profunda reverencia de respeto-.

Al incorporarse, Kusao fija su vista en un punto detrás nuestra, de donde proviene el sonido de pisadas de alguien al aproximarse. Al girarnos todos vemos al yojimbo de Asako Matsumoto. Sus ropas no lucen ni los colores ni el mon del Fénix. Por todo atuendo, unas simples prendas de campesino de colores oscuros que a todas luces no se ajustan a su desmesurada estatura. Las llamativas sedas anaranjadas que decoraban la tsuka de su nagamaki han sido retiradas. No queda rastro que pueda dar pistas de su pasado samurái.  -Buenos días, samuráis-sama -se inclina mientras habla-. A partir de hoy mi nombre no es Shiba Nabutaro sino Nagare -el resto de mis compañeros, en un gesto que entiendo como de deferencia al que fuera Shiba Nabutaro, inclinan ligeramente sus cabezas en señal de respeto y aceptación. No yo. -Ronin -escupo en el suelo en señal de desprecio. Y sin mediar una palabra más cojo mis cosas y me dispongo a abandonar Kyuden Ashinagabachi rumbo al territorio del Escorpión. Al poco oigo el rumor de pasos de mis compañeros detrás de mí. Finalmente nos ponemos todos en marcha hacia el noroeste.

Prácticamente deshacemos el camino andado y en un par de días sin ningún incidente alcanzamos los terrenos en los que la Avispa deja paso al Escorpión. No se ve apenas actividad por esta zona y la calzada que recorremos se va deteriorando a medida que avanzamos. A fin de cuentas ¿quién querría ir voluntariamente en esa dirección? Los terrenos de cultivo de la Avispa van dejando paso poco a poco a un paisaje más árido con algún que otro árbol aislado. Esto, unido a la nula presencia de campesinos, hace que la puerta de la casa del Escorpión se presente poco incitadora a traspasarla. El espíritu del paisaje parece dominarnos poco a poco puesto que las palabras que nos cruzamos entre nosotros son las imprescindibles para seguir hacia adelante… 

A media tarde del tercer día de nuestro viaje avistamos lo que parece ser un puesto fronterizo Escorpión. Por fuera su aspecto es el de una fortificación recia. Está situada en una elevación del terreno desde la que se puede dominar fácilmente la visión de varias millas a la redonda. Nada podría aproximarse sin que los guardias Escorpión lo supieran. Y eso nos incluye a nosotros. A buen seguro hace ya tiempo que nos están aguardando, antes incluso de habernos percatado de la existencia del puesto mismo.

Efectivamente, a medida que nos acercamos vemos apostados en el tejado de la fortificación a un grupo de unos diez bushi Escorpión, todos ellos con la cara cubierta por los mempos de sus armaduras y con arcos destensados en sus manos. Asako Matsumoto se adelanta y se dirige hacia los soldados. Les explica brevemente que es el yoriki del magistrado Fénix Isawa Oruko y que nos dirigimos todos hacia la ciudad de Ryoko Owari en busca de un criminal que se hace llamar Kuroyubi. El bushi que parece estar al mando se adelanta un paso y responde desde la altura al ishiken-do. -Dejad vuestras armas a un lado del camino -. Obedecemos no sin cierto recelo y vamos apilando daisho, arcos y demás donde se nos indica. Al poco las pesadas puertas de la edificación se abren. Dos bushi salen de dentro. Mientras uno recoge nuestras armas otro nos pide nuestros papeles de viaje. Matsumoto se los alcanza tras buscarlos entre sus bolsillos. El bushi, tras examinarlos, nos hace ademán para que entremos delante de él. Una vez traspasado el umbral nuestros ojos se acostumbran a la penumbra del interior. Como buena fortaleza observo que las aberturas al exterior son pequeñas y están altas. La luz que dejan entrar es escasa. Hay pequeños candiles de aceites dispuestos a lo largo de las paredes que derraman un luz amarillenta. Un heimin nos recibe con una profunda inclinación y nos muestra el camino hacia una amplia habitación con futones en el centro donde nos indica que nos sentemos y esperemos. Una vez todos dentro, se marcha y la puerta se cierra tras de él. No hay ventanas en esta estancia de techos altos… 

Al poco la puerta se vuelve a abrir y esta vez quien entra es un samurái vistiendo una armadura completa. Parece que es quien está al mando, el chui de esta fortaleza. En una de sus manos vemos que trae los papeles de viaje que Matsumoto entregara antes a uno de los soldados. Se dirige directamente al Fénix. -Sois un grupo variopinto -dice paseando su mirada rápidamente entre nosotros-. Decidme quiénes sois, de dónde venís y qué os trae a tierras Escorpión. -Brevemente nos presentamos y Asako Matsumoto vuelve a narrar cómo nos conocimos en la pasada Corte de Invierno Fénix, cómo hemos continuado camino juntos tras la misma y cómo sus obligaciones para con el magistrado Fénix Isawa Oruko nos han llevado a todos en pos del bandido que se hace llamar Kuroyubi hacia Ryoko Owari. Tras unos momentos de silencio el chui vuelve a hablar. -¿De dónde habéis sacado estos documentos? -pregunta mientras los agita en el aire-. Matsumoto se aclara la garganta antes de responder en nombre de todos. -Nos los ha facilitado la madre de un compañero de viaje que no está entre nosotros, Toku Buntaro-san, del clan del Mono, ya que se quedó atrás en su hogar hace ya algunas semanas. Coincidimos con él en la Corte de Invierno en tierras Fénix y al terminar la misma pasamos por su casa en el viaje de vuelta. Sabedor de que nuestro destino en Ryoko Owari nos hacía necesitar documentos de viaje para las tierras del Escorpión la madre de éste, Soshi Nakane antes de desposar a un miembro del clan del Mono, se ofreció a facilitárnoslos -la elocuencia del Asako viene seguida nuevamente por el silencio del chui. Toda respuesta de éste es escudriñar al Asako tras su mempo durante unos segundos para, acto seguido, abandonar la estancia sin mediar palabra.

Sin forma de medir el paso del tiempo en esta estancia sin ventanas la espera se nos antoja eterna. Mis compañeros se acaban sentando en los futones. Yo camino de punta a punta de la habitación, nerviosa. Efectivamente no hay ninguna clase de apertura que no sea la misma puerta por la que hemos entrado. Los candiles con aceite están demasiado altos como para que ni siquiera el… más alto de nosotros los alcance. Los muros son gruesos… Tras lo que seguramente hayan sido horas oímos la puerta abrirse. Rápidamente todos nos giramos en esa dirección, algo decepcionados porque no vemos al chui de la fortaleza sino al mismo sirviente de antes que, junto con otro más, nos trae más futones y comida. -Pasaréis aquí la noche, samuráis-sama -responde cuando se le pregunta. Que sea un heimin y no el chui quien nos informe de nuestra situación me enfada más si cabe que el hecho de tener que dormir como prisioneros en una fortaleza Escorpión. -Ya que tengo que pasar aquí la noche -replico desafiante al heimin- quiero asearme como es debido. -Hai, samurái-sama. Os ruego que esperéis. -Tras su respuesta abandona la habitación y, al poco, aparecen dos bushi que se disponen a ambos lados de la puerta esperando para escoltarme a los baños. Tras coger mis cosas me dirijo hacia la puerta. Rápidamente se sitúa un bushi delante y otro detrás mía y salimos. El trayecto no es largo. Aun así me da tiempo para corroborar la primera impresión de la fortaleza. Una construcción sólida, fácilmente defendible desde dentro, puntos estratégicos perfectamente controlados… Una vez comprobado lo que quería apenas me demoro en mi aseo más de lo necesario y regreso, siempre escoltada por los dos bushi, junto a mis compañeros. Les informo de mis observaciones sobre la fortaleza. Mal que nos pese estamos en sus manos y no podemos hacer otra cosa que no sea esperar… 

Despertamos al día siguiente. La noche ha transcurrido tranquila. El mismo heimin nos trae esta vez el desayuno. Y seguimos esperando… Calculamos que será mediodía cuando las puertas se vuelven a abrir. Pero no es el heimin trayendo la comida. Esta vez es el chui de la guarnición con nuestros documentos de viaje. Se los da al Asako, quien los dobla cuidadosamente y los guarda. -Podéis marcharos -dice. Cogemos nuestras pertenencias y nos disponemos a salir de la estancia. Un grupo de bushi Escorpión nos escolta y nos conduce hacia fuera, a través de otra puerta situada en el extremo contrario de la fortaleza, ya en pleno territorio Escorpión. Una vez en el camino de nuevo vemos nuestras armas apiladas a un lado. Al avanzar para recogerlas oímos cómo las recias puertas de la fortificación se cierran detrás nuestra. Nos pertrechamos y nos disponemos a retomar nuestra marcha. Ante nosotros, el mismo paisaje agreste… 



A un día de viaje desde aquí y con la mente puesta en nuestro destino, Ryoko Owari, deberíamos llegar, nos informa Asako Matsumoto, al templo dedicado a la Fortuna Hotei-Seido, la Fortuna de la Satisfacción. Como así sucede. La capilla dedicada a esta Fortuna es pequeña pero acogedora. Diversos murales con variadas temáticas reflejan distintas clases de placeres de la vida de los que la Fortuna es patrona. Tras realizar ofrendas a la Fortuna por acogernos en su casa les preguntamos a los monjes que allí se encuentran por la dirección a seguir hacia Ryoko Owari. Nos dicen que es sencillo, que solo hay que seguir el Camino Imperial durante semana y media o dos semanas. Agradecemos a los monjes su información. Solo que para poder transitar el Camino Imperial hace falta un permiso especial del que carecemos…  Pensamos que a buen seguro tiene que haber alguna clase de camino o sendero que discurra paralelo al Imperial así que decidimos buscarlo y seguir por él sin perder de vista el Camino Imperial para que nos sirva de guía. Pasamos aquí la noche y al día siguiente reanudamos nuestra marcha al amanecer.

Tal y como nos dijeron los monjes el camino mejora sensiblemente pocos kilómetros más adelante. Es sin duda el Camino Imperial. Lo abandonamos pues en busca de una ruta alternativa que no tardamos en encontrar. Es un sendero abierto a fuerza de transitar por él, aunque lo cierto es que no nos hemos cruzado con nadie todavía. Ni tampoco nos hemos topado con granja alguna ni con ningún poblado. El ambiente es bastante descorazonador… 

Al anochecer buscamos un sitio donde refugiarnos para pasar la noche al raso lo más cómodamente posible. Las noches aún son frías. Encendemos un pequeño fuego y disponemos las guardias, que transcurren sin novedades.

Retomamos la marcha. Poco se diferencia este día del anterior. Al cabo de unas horas vemos movimiento más hacia adelante en el mismo sendero. Parece un comerciante, a juzgar por la pequeña carreta que conduce. Al cruzarnos le preguntamos por alguna posada o aldea que esté de paso por este camino. Nos confirma que efectivamente más adelante, a un par de días, podremos encontrarnos con una aldea. Será perfecta para pasar una noche y comprar más provisiones de viaje. La distancia hasta nuestro destino final es larga… 

Tras darle las gracias el comerciante se marcha hacia su destino y nosotros, hacia el nuestro. Absorta en mis propios pensamientos no sé qué es exactamente lo que habla Matsumoto en ese momento con su yojimbo. Lo que sí que percibo es el tono de duda en la voz del ishiken-do. -¿De verdad, Asako Matsumoto-san, que le estáis pidiendo consejo a un ronin? -interrumpo bruscamente lo que estuviera diciendo el Fénix, que se queda petrificado sin saber qué decir. Kitsune Kusao rompe el tenso silencio dándome la razón aunque sólo en parte. Lo fulmino con la mirada. Después es el ronin quien habla dirigiéndose a mí. -No espero que entendáis mi decisión, Matsu-sama -dice-. No me considero digno del mon que portaba y he decidido dejarlo atrás. -Estás en lo cierto, ronin. No lo entiendo. -Doy por zanjada la discusión. Entonces es la Avispa quien comienza a hablar con él pero no la escucho. Mi cabeza bulle con otros pensamientos. Pensamientos que me llevan a la forma en que mi abuelo encontró la paz de espíritu y regresó al ciclo kármiko gracias a Shiba Nabutaro y cómo éste volvió a recuperar su honor perdido gracias a mi abuelo… Todo eso despreciado por este ronin… 

Al anochecer nos encontramos con una posada cerca del camino. ¡No podía aparecer más a tiempo! Nos apresuramos a entrar. Al abrir la puerta nos recibe el calor que desprende una chimenea situada a la derecha de la sala comunal. No nos sorprende que la sala esté vacía dado el poco tránsito de esta ruta. Lo que sí que nos llama la atención es ver a un samurái cerca del fuego y frotándose las manos para entrar en calor. Un Cangrejo, nada menos, y de envergadura considerable. Lo saludamos cortésmente a lo que él replica simplemente con un gesto de su cabeza y lo que parece un gruñido. ¡Cangrejos!. Una mujer vieja, probablemente la regenta de la posada sale a recibirnos. -Buenas noches, samuráis-sama. ¿Qué puedo hacer por vosotros? A buen seguro buscáis un plato de comida caliente y un techo donde pasar la noche, ¿neh? -asentimos. La estancia es agradable, bien sea por el calor de la chimenea o por la promesa de un sueño despreocupado. Tras la cena, y el sake, el sueño comienza a vencernos y decidimos retirarnos a dormir. 

A la mañana siguiente nos despertamos refrescados gracias a un descanso reparador. Desayunamos y nos preparamos para volver al camino. A quien ya no vemos es al Cangrejo. La vieja nos informa de que se levantó mucho antes que nosotros y partió. Tras pagarle, emprendemos la marcha.

Nada remarcable ocurre durante la jornada. Volvemos a no cruzarnos con nadie. Hay mucha quietud. De nuevo cae la noche y tenemos que pasarla al raso, por lo que buscamos un sitio adecuado y disponemos las guardias. El Fénix junto con su yojimbo, la primera; el Zorro, la segunda. Yo, la tercera y la Avispa, la última. Todo en calma. Durante mi guardia veo cómo Tsuruchi Momoko se agita inquieta en sueños. La observo de reojo sin perder de vista los alrededores. Pero Momoko no se calma. Se remueve y tiembla en su improvisado lecho. Cada vez más. A la vez que sus lamentos se elevan de tono. Van camino de convertirse en gritos. Empieza a sacudirse de forma violenta. Temo que se pueda hacer daño y me apresuro a despertarla. Justo cuando la toco profiere un alarido que me hiela la sangre y despierta sobresaltados al resto de mis compañeros. -No es nada… no es nada… -dice la Avispa bañada en sudor frío- Tan solo… una pesadilla… -¿Estáis segura, Momoko-san? -inquiero -Yo… -¿Os apetece algo de sake? Me traje el que sobro de la cena de anoche. No es mucho… -Sí. Un poco de sake estará bien...- Una vez pasado el sobresalto inicial el resto vuelven a dormir. Yo no me acuesto tras terminar mi guardia. Me quedo junto a Momoko, todavía alterada. -Ha debido de ser una pesadilla muy vívida. Aún estáis temblando -su mirada perdida vuelve. -Así es… he soñado… con mi hija… La tenía aquí mismo, en mis brazos llenos de su sangre y de la mía… Aquí mismo… en mis brazos… 

Finalmente amanece. Recogemos en un extraño silencio y una vez más volvemos al camino. Con el pasar del tiempo los ánimos vuelven a ser más templados. Seguimos sin ver a nadie y eso comienza a escamarnos. Kitsune Kusao utiliza sus dotes para comunicarse con los animales y convoca a un pequeño pájaro, un jilguero. Éste le dice, según nos traduce el Zorro, que vamos en la dirección correcta, hacia el oeste, y que todo está tranquilo. Seguimos pues caminando. Tras una frugal comida, ya mediada la tarde, divisamos a alguien en el camino, a lo lejos. La primera persona en dos días. No parece moverse. De hecho parece estar sentada en el suelo con las brazos abrazando sus rodillas y su cara hundida entre éstas. Conforme nos vamos acercando vemos que se trata de una mujer… y que está llorando. El ronin se para en seco. La mujer levanta su cabeza y lo mira fijamente. Extiende sus brazos hacia él y todos podemos ver ahora cómo su pecho está atravesado de flechas. Flechas León. -Nabutaro… -lo llama con voz suplicante-. ¿Tomoe? -responde con voz incrédula. -¿Eres tú de verdad? -¡Por supuesto que no lo es! -le grito-. ¡Es imposible! ¿No lo veis? -desenvaino mi katana y me acerco a la carrera para enfrentarme con el engendro que está ante nosotros. -¡No! -grita el ronin-. Momoko se interpone ante él al tiempo que Kusao hace que la tierra bajo sus pies le inmovilice en el sitio. Esa cosa no se mueve cuando me acerco. Tan solo mira con ojos suplicantes. Mi katana dibuja un arco certero cuando desciende y la decapita. El grito del ronin está cargado de dolor por presenciar la muerte de su ya fallecida esposa… y de ira, por ser un León de nuevo la mano ejecutora.

Kusao espera a que el ronin se calme y entre en razón antes de liberarlo. Mientras, el resto nos dedicamos a buscar leña y quemar el cadáver de ese engendro. Cuando la hoguera se consume y el ronin se calma la noche ya está en ciernes. Buscamos un sitio para pasarla. Dormir o, siquiera descansar, se antojan tareas más difíciles…

Me despierta Kusao para que dé comienzo mi guardia. Me pongo mi armadura mientras me pone al corriente y me dice que no ha habido ninguna novedad durante su turno ni durante el anterior. Se lo agradezco y le digo que procure descansar. Se recuesta en su cama improvisada y se acomoda en ella. En el profundo silencio de esta noche el crepitar de la hoguera se vuelve ensordecedor. Sus llamas lamen la oscuridad en una danza hipnótica… Hay alguien más aquí. Por el rabillo del ojo atisbo una figura. Me giro rápidamente. Mi mano diestra vuela hacia la empuñadura de mi katana. Una mujer. Una samurái vistiendo armadura completa y portando un daisho. Claramente reconocibles son los colores y el mon del León. Sobre su corazón, el mon Matsu. En su mano derecha, una katana ya desenvainada. Hace ya más de diez años que no veo ese rostro pero sé perfectamente quién es…  -¡Qué vergüenza! -comienza a decirme mientras clava sus ardientes ojos en los míos-. Que una hija mía haya podido llegar a tener tratos con un Grulla. ¡Un Grulla! ¡El enemigo ancestral del León! Y que haya llegado a ser tu compañero de armas. Y que hayas podido llegar a sentir siquiera algo de… aprecio por él -el desdén se arrastra en sus palabras como el veneno por la boca de la serpiente-. Madre, eso no es así, no fue así como ocurrió… -¡Qué vergüenza de hija! -levanta su katana apuntándome con ella-. ¡No! ¡No fue así! ¡No tergiverséis los hechos! -¡Vergüenza! -¡No!



Mis compañeros, alertados por los gritos, se despiertan y corren a empuñar sus armas. Oigo a la Tsuruchi tensar su arco y decirme que espera mi orden para disparar. El ronin coge su nagamaki y se prepara para cargar. -¡Vaya! -dice con voz ronca-. Así que ahora tienes a otros que pelean por ti… -¡Mientras quede un hálito de vida en este cuerpo nadie va a pelear por mí! -A continuación todo sucede con la velocidad de un relámpago. Dos Matsu enzarzadas en combate singular, sin cuartel. El primer golpe muestra lo igualado de nuestras fuerzas. Y como una exhalación el ronin se interpone entre mi madre y yo y hunde el nagamaki forjado junto a mi abuelo en el pecho de mi madre. -¡No! -le grito-. ¡Maldito seas, ronin! ¡Era yo y solo yo quien debía acabar con ese engendro! -Me lanzo llena de ira contra él. Kitsune Kusao llega a tiempo de volver a lanza el conjuro de Tierra inmovilizador contra mí y detiene mi carga. Aun así estoy lo suficientemente cerca como para alcanzarle. Pero no le causo todo el daño que mi furia ciega pretendía.

Pasa una eternidad antes de que recupere la calma. -¿Voy a tener que quedarme así toda la noche? -digo enfadada en alusión a mi prisión de tierra. Kusao deshace el hechizo rápidamente y me libera, no sin cierto temor-. ¿Y nadie va a ayudarme a recoger leña para quemar esa… cosa? ¿Tengo que hacerlo todo yo? -me dirijo hacia los alrededores más próximos de nuestro campamento. Algunos de mis compañeros se aprestan a imitarme.

Para cuando terminamos el alba ya despunta en el este. Es hora de continuar. Esta vez todos vamos preparados, atentos a la próxima aparición que sin duda vendrá.

Así resulta ser. Según avanzamos vemos a lo lejos a dos figuras que se aproximan discutiendo entre ellas. Ni nos lo pensamos cuando desenvainamos nuestras armas y nos ponemos en guardia. Al acercarse distinguimos los colores verde y marrón, los colores del Zorro. Miramos de reojo a Kusao. Éste parece reconocerlos a los dos aunque fijando la mirada vemos que ambos son idénticos. Ambos son el abuelo de Kusao, nos dice el Kitsune. No esperamos a ver con qué trucos nos van a sorprender. Cargamos. El primero cae. Cuando nos giramos a por el segundo éste se esfuma literalmente en el aire convertido en humo. Cuando disponemos del cadáver me dirijo hacia el ishiken-do. -Decidme. ¿Hemos vuelto a abandonar el Ningen-do como ya nos ocurrió en tierras Fénix? ¿Estamos acaso de nuevo en el Chikushudo? ¿Dónde estamos? Porque esto no es la tierra de los mortales. -Es sin embargo el shugenja Zorro quien me responde -Tenéis razón al afirmar que esto no es el Ningen-do. Pero no es el Chikushudo tampoco. Permitidme. -Cierra los ojos y se concentra durante unos minutos. Los vuelve a abrir y nos mira a todos-. Estamos en el Reino de los Sueños, el Yume-do -nos informa-. En algún momento hemos debido atravesar algún portal que nos ha traído hasta aquí. Para regresar tenemos que encontrar ese portal u otro que nos lleve a nuestro plano. Pero no sé dónde puede estar. -Al menos sabemos que estamos perdidos, lo cual es un punto de partida para empezar a buscar la salida. A todos se nos ocurre lo mismo casi a la par. La posada. Seguro que ha tenido que ver algo. Todo empezó cuando la abandonamos. Decididos a volver a la posada giramos sobre nuestros pasos y marchamos en dirección este, esta vez. Estamos a menos de tres días de volver. O eso esperamos… 

El primer día y la primera noche transcurren si ninguna clase de sobresalto. Esto nos anima. Tras el frugal desayuno del nuevo día levantamos el campamento. Atareados como estamos en recogerlo todo lo más rápido posible para continuar viaje solo nos damos cuenta de que algo va mal cuando vemos a Asako Matsumoto hablar con su propio padre, Asako Amane, que se encuentra frente a él. Su voz se acaba alzando en un grito. -¡No, padre! ¡Yo no soy mi hermano! ¡No me comparéis con él! -sin pensarlo, desenfundo mi katana y acabo con la réplica del padre de Matsumoto. Mi futuro suegro… No lo pienso más… 

Tras disponer del cuerpo, retomamos la marcha. Todos alerta. Nadie habla. De nuevo, una figura se perfila a lo lejos en el camino. Preparamos nuestras armas. Al acercarnos vemos que se trata de un bushi, un Unicornio. Uno que conocemos muy bien los que asistimos  la Corte de Invierno en tierras Fénix. Shinjo Gidaju. Esta vez el Asako se nos adelanta a los bushi e invoca la ayuda de los kami de Fuego. Una bola ardiente con forma de pájaro sale despedida de sus manos e impacta en el pecho del supuesto Shinjo, que cae de espaldas por el impacto. Al acercarnos corriendo para rematarlo vemos sin embargo que el fuego ha consumido parte de las ropas Unicornio y debajo asoman los colores del Cangrejo. Sorprendidos por el hallazgo, vemos ahora cómo la figura de Shinjo Gidaju ya no es tal. Estamos ante el samurái Cangrejo que nos encontramos en la posada.

Lo ayudamos a levantarse. Se presenta como Kaiu Joji. Porta una armadura pesada y en su diestra, un tetsubo de considerables dimensiones. Nos llama la atención el color negruzco de sus encías… Está tan confundido como nosotros. Sin entrar en mayor detalles nos confirma que él también ha tenido extraños encuentros en esta tierra extraña. También pensó en volver hacia la posada para tratar de dar con una explicación y con el camino de vuelta a casa. Pero que por mucho que lo ha intentado no ha logrado dar con ella… 

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