No se puede saber lo que es el sufrimiento si no se conoce la dicha. Yo no supe lo que era el dolor hasta ese instante; un corto instante de felicidad me hizo consciente de que hay algo distinto a una perenne agonía. Pero eso ha hecho mi existencia más soportable: por mucho que el dolor me atenace lo aguantaré sabiendo que, más pronto o más tarde, ese instante volverá, aun cuando sea sólo por el tiempo que lleva un parpadeo.
Mis días son nadar en un mar de sangre negra. Pero a veces, muy raras veces, puedo subir a tomar aire. La sangre me ciega, me ahoga, me encadena, me arrastra... Pero a veces, sólo a veces, mi garganta es libre para gritar, durante ese breve instante, antes de que la sangre la inunde de nuevo y la haga enmudecer.
En ese instante, estamos juntas.
En ese instante, siento el vínculo.
Un sueño apacible en una interminable pesadilla.
Siempre hemos estado unidas y nunca dejaremos de estarlo.
No puede haber lazo más fuerte que éste, pues sólo este lazo es tan fuerte como para que ni siquiera la muerte pueda romperlo. En ese instante nuestras manos agarran el lazo como si estuviesen intentando salvar una pared resbaladiza, una pared bañada en sangre, hasta que se unen.
Un cruel chasquido me golpea los huesos haciéndome caer de nuevo. Es como si la muerte me quisiera recordar que nos separó y que sus decretos no se desobedecen. Percibo su odio. Nos odia porque no ha podido separarnos; porque siempre volveremos a alzar nuestras manos, siempre volveremos a unirlas. Aunque me arroje una y otra vez al mar de sangre sé que volveremos a abrirnos paso y, ese momento, en el cual siento el calor que sólo un lazo como el nuestro puede regalarme, será el que me dé las fuerzas para soportar una eternidad de tortura... hasta que nuestras manos se vuelvan a tocar.
Hasta que vuelva a verla a través de una cortina de lágrimas. Hasta que vuelva a levantar mi voz para decirle: "Mamá". 

Comments (1)

On 14 de marzo de 2017, 7:23 , Shosuro Mariko dijo...

¡MARAVILLOSA! *se pone en pie mientras aplaude tras enjugarse las lágrimas con la manga del kimono*