En la noche oscura apenas se oye un búho en la lejanía. Nabutaro, ahora Nagare desde que abandonó su mon, remueve las brasas en su turno de guardia mientras los demás descansan. No puede evitar perder su mirada por momentos en las llamas, en sus pensamientos.

El Cangrejo duerme a pierna suelta con estruendosos ronquidos, es tan grande como Nagare de altura pero considerablemente más fornido. Parte de su kimono está chamuscado por las llamas del Fénix  y eso no atrae la mirada de yojimbo. Es inevitable pensarlo, podría estar muerto, y quizá alguno de sus compañeros o él mismo a manos de Cangrejo-sama.

¿Qué extraño embrujo les acecha?, no pueden fiarse de lo que ven, u oyen. Un mundo de engaños. Y no son nuevos. Matsumoto ha recordado cierto encuentro en la corte de invierno con un ser que era capaz de tomar formas y engañar las miradas.

Da mucho que pensar esa brujería, pero la mente de Nagare viaja en otra dirección, hacia aquellos a los que han matado estos días, pensando que eran demonios de su pasado. Aquella mujer que aparentaba ser su fallecida esposa, la guerrera que vino como si de la fallecida madre de Naoki se tratara…

Todos ellos eran alguien realmente, como el Cangrejo después de ellos. Quizá simples e indefensos campesinos, o algún bushi escorpión traído hasta aquí por la misma locura que les ocultaba la verdad a ellos. Fueran quienes fuesen habían muerto, los habían matado con crueldad, a sangre fría en algunos casos. Ciertamente cualquiera entendería sus actos, nadie se los recriminaría, pero Nagare no podía evitar, en cierta manera, sentirse como un monstruo.

Recordó cuando era niño, su madre pagó a una charlatana para que leyera el futuro de Nabutaro. Aquella mujer arrojó una piedras, similar a lo que Kusao hace, y casi dio un salto hacia atrás. Con el miedo en los ojos, miró a Nabutaro, lo señaló, y le dijo justo antes de salir corriendo: - Traerás la desgracia.

¿Y si aquella anciana tenía razón? ¿Y si era su destino convertirse en una desgracia para otros? ¿Había visto quizá la anciana que abandonaría su mon trayendo la desgracia a su familia? ¿O era algo aún peor?, una desgracia más terrible, como la que habían desatado estos días llevados por la locura de esta brujería… ¡qué fácil se quita una vida!

No pudo evitar entonces llevar su pensamiento al viejo Morihei. Morihei era un monje que vivía en una ermita cerca de su aldea cuando era niño. Había sido un bushi, pero demasiadas batallas y demasiada sangre habían hecho que solicitase su retiro siendo aún joven, lo que le había costado no pocas mofas, dimes y diretes.

Ya en su ancianidad, Morihei gustaba de visitar el Dojo Shiba donde el propio Nabutaro entrenaba, y trataba de convencer a los bushi que allí se formaban de lo que él llamaba “El Camino de la Armonía”.

Decía Morihei que “el Bushido no debía ser el Camino de la Guerra, sino el Camino de la Paz”. Un guerrero, “no debía causar la muerte, sino preservar la vida”. Algunos le escuchaban, muchos se mofaban del anciano, pero con el tiempo todos acababan ignorándolo cuando la realidad les recordaba, que la Katana se forja para matar.

Nagare levanta la cabeza y suspira un leve susurro: - Quizá no era un loco, quizá era un sabio.
Al echar hacia atrás la cabeza sus ojos se pierden en el cielo estrellado… luces que solo se ven en la oscuridad.

La noche deja paso al alba, su guardia era la última. Los compañeros de Nagare se despiertan con los primeros rayos del sol. Nagare ya ha preparado su equipaje, y a apenas unos pasos del grupo, realiza una kata con disciplina.

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