Tras las presentaciones de rigor retomamos el camino, esta vez con la compañía del bushi Cangrejo, tan deseoso como nosotros de encontrar tanto una salida como un sentido a todo lo que nos estaba sucediendo.

Mientras los bushi estamos alerta para adelantarnos a cualquier peligro que pudiera presentarse, los shugenja están atentos a cualquier señal que pudiera indicarles que la salida está cerca. Deben confiar en su instinto, pues no saben qué forma presentará esa posible escapatoria de este lugar abandonado por los kami.

Seguimos avanzando sin dar muestras de tener hambre aunque sí de cansancio hacia la dirección en que pensamos que tiene que estar la posada donde todo comenzó. En un momento sin determinar nos damos cuenta de que el paisaje, paulatinamente, ha ido cambiando. Hay menos vegetación y los escasos árboles presentan formas extrañas y retorcidas. Si estuviéramos en las tierras del Escorpión sabríamos que el terreno allí es más húmedo y frondoso, al contrario que este, más seco, más árido, más.. León...



Me sacudo la cabeza para alejar de mí pensamientos inconexos y poder continuar alerta. Finalmente acaba anocheciendo, por lo que decidimos montar un campamento y pasar otra noche más sin saber si será la última… Montamos las preceptivas guardias para cubrir el sueño de los que descansan. Poco reparador a juzgar por sus movimientos al dormir. Incluso el mío es agitado y ligero.

Llega la hora de mi guardia, esta vez junto a la Tsuruchi, ambas convenientemente pertrechadas. No pasa mucho tiempo antes de que en la lejanía empecemos a escuchar voces… chillidos más bien. Rápidamente despertamos al resto de compañeros para que se dispongan a la lucha. -¿Os habéis percatado? -pregunta el ishiken-do a nadie en particular mirando al cielo-. No hay ni estrellas ni luna…

Un coro de chillidos agudos nos sacan de nuestro momentáneo ensimismamiento. Nos ponemos en guardia a la espera de que lo que sea que se esté acercando se muestre. Miro de reojo a mis compañeros. Estamos todos en círculo, guardándonos las espaldas los unos a los otros. Los bushi, con sus armas en ristre. Los shugenja, pergaminos en mano… Ahora, además de esos incontables chillidos provenientes de incontables gargantas, se oye también el repiqueteo de innumerables pasos acercándose, muchos, muy pequeños, muy rápidos, muy cerca… Piel verdosa, seres pequeños y deformes se adivinan por la luz de nuestra hoguera. Van armados con toscos cuchillos y unos colmillos retorcidos asoman por al comisura de sus bocas. Comienza el ataque. Es rápido y no damos cuartel. A pesar de ser más numerosas, estas criaturas en ven sobrepasadas por nuestras habilidades y rápidamente se retiran. Pero no salimos ilesos. Ambos shugenja, el Zorro y el Fénix, resultan herido; de poca gravedad, afortunadamente.

Es en ese momento cuando también nos damos cuenta de que el bushi Cangrejo no está. Ha salido corriendo persiguiendo a los trasgos. Rápidamente salimos corriendo tras él siguiendo su pista. No lo encontramos muy lejos y también está herido aunque nada serio. Volvemos al campamento donde los shugenja tratan sus heridas. Retomamos como podemos el descanso sin saber si nos queda mucha o poca noche por delante…

El Kitsune es el primero en despertar. Lo encontramos preparando un frugal desayuno para el resto, con algún componente que hace que nuestros espíritus se encuentren más reconfortados. Recogemos nuestros escasos pertrechos y nos disponemos a continuar. El paisaje es más árido si cabe que el día anterior. 

Nada digno de mención ocurre durante todo el día y al atardecer volvemos a acampar para hacer noche. Mientras estamos en ello se oye un rugido escalofriante. -¡Oni! -grita el Cangrejo. Y, tetsubo en mano, se dirige corriendo en la dirección del alarido sin darnos tiempo a reaccionar a los demás. Salimos corriendo tras él. Nos aventaja ya un buen trecho a pesar de nuestra pronta reacción. El Cangrejo es rápido. Tras un recodo del camino tenemos que frenar bruscamente para no toparnos con su espalda. El Kaiu se ha quedado parado en seco contemplando, a la luz de este extraño atardecer, a la criatura que venía a buscar. A varios metros delante nuestra se alza la figura de un ser grotesco, vagamente humanoide, de piel verduzca y enfermiza, y con una cabeza demasiado grande para el resto del cuerpo pero, a la vez, demasiado pequeña para albergar la miríada de tentáculos que surgían del hueco donde tendría que estar la boca.

Nos quedamos petrificados ante la mera presencia de dicho ser, sin saber cómo reaccionar durante unos segundos que se nos hacen eternos. El ser, consciente de nuestra debilidad, bien podría acabar con nosotros de un solo plumazo. En vez de eso se limita a burlarse de nosotros y, con una risa que creíamos imposible que articulara por lo deforme de su rostro, se acaba desvaneciendo ante nuestra vista antes de poder hacer nada. Aun así, algo en el aire del propio lugar, o la mera presencia de este ser nos deja exhaustos más allá del mero cansancio físico. Al volver al campamento decidimos pasar el día siguiente descansando. No habría jornada de viaje. Mientras reflexionamos sobre los últimos encuentros (trasgos, oni… ) llegamos a la conclusión de que hemos estado inmersos en la propia pesadilla del Cangrejo...

Así pues, al día siguiente, los shugenja se centran en meditaciones para aliviar nuestro espíritu. Los bushi no descuidamos la guardia y practicamos katas para mantenernos alerta. A eso de media tarde el Kitsune se pone en pie con la mirada fija en un punto. Dice estar oyendo a su abuelo fallecido. Nosotros no oímos nada… Esto es extraño. Hasta ahora todos hemos podido ver y oír a las extrañas criaturas que se nos han ido apareciendo… Kusao nos dice que esto debe de ser  porque cerca tiene que haber una conexión con el Ningen-do. -La separación entre reinos se tiene que estar debilitando -dice-. ¡En pie! Tenemos que encontrala y pasar a través de ella. Puede tener cualquier forma. Tened los ojos abiertos a cualquier cosa que se salga de lo habitual.

Esperanzados por sus palabras, nos dispersamos en todas  direcciones en busca de ese algo disonante en este árido y monótono paisaje. Tras un largo rato diviso en el rectilíneo horizonte algo que lo rompe. Una loma. En otras circunstancias no significaría nada. Marchamos todos en esa dirección y, una vez en su falda, la subimos. Arriba nos encontramos con una gran roca plana. Algo nos incita a empujarla para intentar apartarla a un lado. ¡Lo conseguimos! Debajo nos encontramos un agujero que se adentra en el interior de la loma. -¡DESPIERTA!- ¿De dónde ha venido ese grito? De algún modo todos lo hemos oído pero solo ha sonado dentro de nuestras cabezas. Más alerta si cabe comenzamos a descender por la abertura encontrada hacia el interior de la loma.

El interior es un caverna más grande de lo que por fuera se pudiera pensar. Notamos la humedad del ambiente y oímos el goteo del agua en alguna poza no muy lejana. Nos aproximamos al sonido del agua y efectivamente damos con la poza. Y una pared. No hay camino más allá. El Kitsune se aproxima hacia la acumulación de agua. Al asomarse, el agua no le devuelve su rostro reflejado sino el de su abuelo, En el momento en que Kusao toca el agua con sus dedos oímos todos, esta vez detrás nuestro, dentro de la misma cueva, un risa malévola. Nos giramos todos a una, las manos en las empuñaduras de nuestras armas. Vemos entre penunbras la figura de un hombre, bajo, gordo, que nos señala con un dedo ennegrecido mientras se ríe. -¡Kuroi Yubi!- exclama Momoko con un tinte de ira en su voz.



En el siguiente parpadeo ya no estoy en la cueva. Me encuentro en casa, en tierras León. No veo a mis compañeros a mi lado. Estoy en casa, en un balcón sobre el paisaje árido típico de tierras León. A mi lado, mi padre, imponente. -Algún día será tu responsabilidad encargarte de la correcta gestión de estas tierras. Eres mi única hija y... mi heredera -no puedo dejar de mirarlo con asombro, el mismo que no me deja articular palabra-. ¿Verdad, querida? -Se dirige a alguien que queda fuera de mi campo de visión. Me giro. A mi espalda, majestuosa y fiera a la vez, mi madre, que asiente a las palabras de mi padre. No puede ser. Pero es tan real. Están aquí. Y la promesa de un futuro con ellos…- ¡No! -Cierro con fuerzo mis ojos y con una sacudida violenta de mi cabeza pretendo alejar todo lo que no es real, lo que no puede ser…

No sé cuánto tiempo pasa. Para cuando vuelvo a abrir los ojos vuelvo a estar en un sitio oscuro, cerrado. El aire huele a humedad. Una cueva. Pero es diferente. Los ecos de mi respiración son distintos. Estoy tumbada. Veo por el rabillo del ojo a mis compañeros, también tumbados y despertándose, como yo. Me siento aturdida. Intento incorporarme pero hay algo que me retiene. No me puedo mover. No nos podemos mover. Eso nos devuelve la consciencia de golpe. ¿Qué está pasando? Con lo poco que me puedo mover descubro que estamos todos envueltos dentro de capullos de seda. Nos miramos unos a otros, desconcertados. Menos Matsumoto. El ishiken-do continúa con los ojos cerrados. Por más que lo llamamos no se despierta...

Un aleteo. Débil al principio. Inmovilizados como estamos no podemos apenas girarnos para ver de dónde procede o de qué se trata. Se hace cada vez más intenso el sonido. Se está acercando. Ahora podemos verlo. Una criatura humanoide con alas de mariposa y un apéndice en vez de boca se ha posado sobre Momoko y se dispone a…

En ese momento el Cangrejo se consigue liberar del capullo que lo atrapa tras una breve pero intensa lucha contra sus ataduras, Me asombra la fuerza bruta del Kaiu. No pierde el tiempo y se abalanza sobre la criatura. Tras un breve forcejeo la criatura empieza a volverse traslúcida antes de desvanecerse en el aire. Se oye el mismo aleteo alejarse. El Cangrejo se queda con un palmo de narices por no haber podido acabar con la criatura. Pero al menos ha detenido su ataque sobre Momoko.

Al poco todos nos encontramos ya libres. Nos incorporamos y recuperamos nuestras armas, tiradas en un rincón. Hay algo de fosforescencia en las paredes que, aunque escasa, es bienvenida. Lo poco que acertamos a ver es que nos encontramos en una gruta debajo de lo que hace muchos años debió ser un edificio. Si miramos hacia el suelo alrededor vemos diversos cadáveres. De algunos apenas queda más que una montaña de huesos. Otros son bastante más recientes. Y casi todos del clan Escorpión, por las ropas que llevan puestas.Y el ishiken-do sigue dormido...

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