Consciente de que todas nuestras miradas interrogantes estaban posadas sobre él, el ishiken-do se apresuró a aclarar nuestras dudas. Habíamos, de alguna manera, traspasado un portal que unía dos reinos espirituales. Y a juzgar por el entorno lo más factible es que nos encontráramos en el Chikushudo, el reino de los animales. Cualquier animal que una vez existiera en el Ningen-do podría ser encontrado aquí. El cómo y el por qué lo habíamos hecho se le escapaban de momento a sus conocimientos. Así pues, nos centramos en nuestra tarea más inmediata, que era la de buscar al monje Fénix. El ishiken-do consideró oportuno preguntar a los kami del Aire del lugar, pero solo consiguió una escueta y ambigua respuesta -“En los árboles”-. De momento tendría que ser suficiente. En ese momento un estruendo enorme, como de rocas chocando entre sí, nos sacó de nuestro ensimismamiento y nos hizo ponernos en guardia. Hacia el sur, además, se podía discernir entre las copas de los árboles cómo se levantaba una columna de humo negro. Decidimos emprender finalmente marcha en esa dirección.
Hacía frío y había nevado; aquí también era invierno. Nos arrebujamos en nuestras ropas y comenzamos a avanzar en formación abierta para abarcar más terreno, sin llegar a perder contacto visual los unos con los otros, en un intento vano por conseguir dar con huellas humanas. Poco a poco empezamos a ver aquí y allá pequeños animalillos que nos rehuían en cuanto eran conscientes de nuestra presencia. Shiba Nabutaro avistó un zorro rojo que estaba sentado no muy lejos y que parecía observar extrañado nuestra comitiva. Movido por la curiosidad, Nabutaro rompió la formación y se acercó unos pasos en dirección al zorro. Cuando éste consideró que el Shiba se había acercado lo suficiente de un ágil salto le dio la espalda y se adentró en el bosque. Es ese momento todos pudimos percatarnos de que el zorro tenía varias colas, si bien no atinamos a saber cuántas en total debido a la frondosidad del follaje y a la rapidez con que se movió. Tras reanudar la marcha conseguimos llegar a una pequeña elevación del terreno con menos árboles que nos permitió otear un poco más lejos en el horizonte. Lo que vimos nos dejó momentáneamente paralizados porque eso supuestamente no debería estar ahí. Una inmensa montaña negra era la responsable de esa humareda que habíamos comenzado a avistar tras el rugido de las piedras unas horas antes. A juzgar por la perspectiva de los bosques a nuestros pies, debería encontrarse a… meses de viaje a pie desde donde estábamos. Y sin embargo se distinguía perfectamente la elevación negra con la cumbre nevada y rodeada de nubes eternas, tal era su enorme magnitud…
En vista de nuestro fracaso a la hora de encontrar un rastro fiable, Asako Matsumoto volvió a intentar comunicarse con los extraños espíritus del Aire de este reino. Paramos un momento para permitir al shugenja unos minutos de concentración. Volubles como son, esta segunda vez vez le concedieron una respuesta algo más concisa: -“Sureste”-, -”En una cueva, en una colina”-, a la pregunta sobre el “humano que no está con nosotros”.
Volvemos a reemprender la marcha pero esta vez con vistas a encontrar un refugio para la noche que ya se empezaba a echar encima. Al abrigo de un grupo de árboles que habían crecido más juntos de lo normal y de unas cuantas ramas dispuestas a modo de techado nos dispusimos a pasar la noche, no sin antes distribuir las correspondientes guardias nocturnas. Solo para despertarnos más tarde de lo deseado porque Tsuruchi Momoko, encargada de realizar la última guardia y de despertarnos, había desaparecido…
De nuevo Asako Matsumoto se dispuso a comulgar con los espíritus del Aire para preguntarles por lo sucedido durante la guardia de la bushi Avispa y por su paradero. Solo obtenemos un par de sucintas indicaciones -“Sureste”-, -”Lugar oscuro”-. Deducimos que, de alguna extraña forma, es bastante probable que se halle junto al monje que buscamos y retomamos el camino. Buscamos también alguna clase de huella o pista que nos ayude con nuestras pesquisas en los alrededores del campamento. Lo que encontramos no pertenece a animales con pezuña ni con patas almohadilladas patas. Lo que encontramos son huellas de un insecto del tamaño de un hombre…
Al poco de emprender la marcha es Toku Buntaro quien ve esta vez al zorro de varias colas un poco más adelante en el camino, como esperándonos. Cuando nos acercamos el zorro avanza un poco más en la misma dirección sureste que nosotros. Parece como si nos fuera marcando el camino. Tras varias horas llegamos finalmente a un arroyo no muy profundo que podemos vadear sin dificultad. En la otra orilla no vemos rastro del zorro, pero al echar la vista atrás un momento Buntaru se percata de que el zorro se ha quedado allí y se despide de nosotros con lo que parece una leve inclinación de cabeza seguido de un salto hacia la espesura.
En esta parte del bosque el terreno es más rocoso y se intuyen a lo lejos elevaciones de terreno que podrían ser las colinas y, por ende, el “lugar oscuro” que buscamos. Se pueden ver claramente más huellas de ese insecto gigante sobre la nieve… No puedo evitar que un escalofrío recorra mi espalda…
Caminamos durante toda la tarde y antes de que caiga la noche nos apresuramos a preparar un refugio para afrontarla. Esta vez, las guardias nos disponemos a hacerlas en parejas. Primero, Nabutaro y yo misma; después, Buntaru y Tora, su criado. Dejamos que el ishiken-do descanse durante toda la noche. Nos es más útil como shugenja durante el día que como guardián por la noche. Durante la guardia, Nabutaro escucha un zumbido sobre nuestras cabezas, como de cien insectos. Pero la oscuridad reinante no nos permite ver el origen de dicho zumbido y acaba perdiéndose. Al darles el relevo a Buntaru y Tora les advertimos del extraño zumbido para que estén alerta. A la mañana siguiente nos confirman que también han escuchado el zumbido pero que al tratar de dar con él éste se esfumó.
Sin mayores incidentes, recogemos el campamento y seguimos avanzando en la misma dirección. Sureste. No tardamos mucho en llegar a los primeros riscos y sin dificultad encontramos la entrada a una caverna. Tal vez no sea la que buscamos, tal vez haya otras más adelante, pero no podemos dejar de explorarla, conque nos adentramos en ella. Matsumoto conjura a un kami de Fuego para que nos ilumine en el interior. No es una cueva muy extensa y rápidamente llegamos al final del recorrido. La escena, iluminada por la danzarina llama portada por el shugenja, parece sacada del mismo Jigoku. Vemos dos cuerpos atrapados por las raíces los árboles, contra la pared final de roca, con múltiples laceraciones y unas curiosas punciones en la nuca. Uno de ellos es el de la Tsuruchi. El otro, el del monje, a juzgar por su cabeza afeitada. Están vivos aunque inconscientes. Tras reponernos de la primera impresión nos lanzamos a liberarlos de sus ataduras y a sacarlos de allí dentro. Asako Matsumoto se apresura a liberar de las raíces que apresan al monje. En el momento en que la mano del ishiken-do toca la piel del monje se queda paralizado unos segundos. Tememos lo peor. Lo sacudimos para sacarlo del trance en el que está inmerso sin éxito. Afortunadamente parece recobrar el dominio de sí mismo a los pocos segundos. Nos volvemos a centrar en el rescate de los prisioneros; ya habrá tiemo para preguntas más tarde. Cuando los descolgamos de sus ataduras vemos que tras ellos, en la piedra de la roca, hay unos kanji escritos con lo que parece ser sangre, a tenor del oscuro tono rojizo de sus trazos.
“En el momento de su victoria será el momento en que el Escorpión aprenderá cuál es el coste de oscuras alianzas.”
No sé qué significan pero no es momento de pararse a preguntárselo al shugenja. Ya habrá tiempo más adelante. Aún así… La sangre, los cuerpos torturados, el mensaje de los kanji… Nos apresuramos a dejar ese lugar malsano cuanto antes…
La Tsuruchi recupera la consciencia antes que el monje; llevaba menos tiempo atrapada y sus heridas no parecen ser de tanto alcance. El monje está peor malherido. Ambos necesitan de ayuda para caminar, no obstante. Nos alejamos del lugar tan rápido como nos es posible, deshaciendo el camino andado. Al anochecer volvemos a improvisar un refugio y nos disponemos a hacer las guardias dobles tal y como dispusimos la noche anterior. Durante nuestra guardia, Nabutaro vuelve a avistar al zorro de varias colas y esta vez, se ven todas perfectamente. Nueve, para ser precisos. Nabutaro de adelanta unos pasos en su dirección y el zorro, de alguna forma, le muestra una visión envuelta en brumas de la criatura insectoide de la que solo hemos tenido vagas referencias. En su visión, el zorro le muestra a Nabutaro un engendro nacido del imposible cruce de un hombre y una mantis. Tras lo cual, el zorro desaparece dejando a Nabutaro con un buen puñado de preguntas sin responder.
En el momento del desayuno y tras atender a heridos, conscientes ya todos pero aún débiles, en especial el monje, Nabutaro nos explica a todos la visión mostrada por el zorro de nueve colas. También es el momento de interrogar al ishiken-do por los kanji de sangre de la caverna. El semblante de Matsumoto se vuelve serio. Nos explica que en sus estudios como shugenja sus lecturas le llevaron hacia Ukiu, el llamado “profeta sereno”. Lo que estaba escrito en esa cueva era una de sus crípticas profecías. También nos explica que en el momento en que tocó al monje tuvo él mismo una visión. En ella vio un trono y, caminando hacia él, un hombre con ropajes negros. Al acercarse al trono, con claro ademán de sentarse en él, vio que no tenía un rostro humano sino la cabeza de un lobo. Nos quedamos pensativos sin saber muy bien qué decir. El saber esto solo nos lleva a más preguntas que no somos capaces de responder…
Recogemos rápidamente nuestros escasos pertrechos y volvemos a ponernos en marcha. Esta vez sabemos dónde vamos, a la catarata que esperamos que nos devuelva a un paisaje más conocido, pero el llevar con nosotros a dos heridos hace que no avancemos tan rápido como deseáramos. Así pues, tenemos que volver a detenernos al caer la noche deseando que sea la última que pasamos en este reino.
Las guardias las volvemos a distribuir por parejas de dos en dos; la primera la realizamos Nabutaro y yo. Al Fénix se le ocurre la idea de que la Tsuruchi nos acompañe a modo de señuelo para la criatura que vio en la visión que le mostró el zorro, en un intento de acabar con ella antes de irnos de aquí. La Avispa, dispuesta junto al resto de la hoguera, no aguanta ni cinco minutos sentada y decide ni corta ni perezosa que va a intentar atraer la atención del engendro, para lo cual se levanta y comienza a andar hacia la espesura. Al verla, me levanto como un resorte y corro tras ella, conminándola a volver y a quedarse cerca de donde podamos verla con claridad y…
Mientras intento razonar con Momoko un zumbido familiar surge a mis espaldas, seguido de unos peculiares chasquidos… Ambas callamos pues sabemos qué es lo que está detrás mía…
Sin dudarlo un momento, me giro rápidamente, katana ya en mano, hacia esos sonidos. No habíamos visto antes a criatura semejante. Más alta que un hombre, con rasgos y extremidades insectoides y… un cola terminada en aguijón que empieza a asomar por detrás. No hay tiempo de pensar. Reacciono por puro instinto y descargo en un golpe toda la furia contenida de estos días. Su piel es dura, formada por placas como las de una mantis pero engrosada proporcionalmente al tamaño del engendro. Aun así consigo penetrarla y hacerla sangrar. No lo suficiente. Nabutaro se aproxima a la carrera nada más ver al insecto y también consigue impactarle con su nagamaki. Brota más sangre de un malsano color verde. Pero sigue sin ser suficiente. Ese es el momento en que la criatura emplea su aguijón contra nosotros y logra desarmarme tras alcanzar mi brazo derecho. No diré que no sea doloroso pero no es lo suficientemente grave como para que no pueda recuperar mi katana y ponerme en guardia de nuevo. Junto con Nabutaro.
En ese momento, preparados para otro ataque de la criatura, algo imprevisto sucede. Su cabeza de insecto estalla tras el impacto de una gran bola de fuego que se desvanece después en forma de pájaro de fuego. El resto del cuerpo de la criatura cae al suelo. Tras de sí vemos alzarse la figura de Asako Matusmoto con los brazos extendidos hacia adelante y el rostro perlado de sudor por la concentración que le ha exigido conjurar un hechizo tal…
Poco a poco nos vamos recomponiendo y evaluando los daños. El aguijón de esta criatura debe de haberme inoculado cierta clase de veneno que hace que me sienta algo más débil aunque aún tengo fuerzas de sobra para empuñar mi katana. Algo similar les debió de ocurrir a la Tsuruchi y al monje mientras se hallaron prisioneros del engendro en aquella cueva, a juzgar por los síntomas y las heridas de pinchazos, que coinciden con las del aguijón…
Volvemos a ver al zorro a unos metros de distancia. Esta vez parece venir a agradecernos que hayamos terminado con semejante engendro que jamás debió de pisar el Chikushudo. Con una inclinación de cabeza, a modo de agradecimiento, volvió a adentrarse en el bosque tras de si.
Más tranquilos, pero sin descuidar las guardias, pasamos la noche a la espera de poder seguir el camino de regreso al amanecer. Nada raro ocurre ni durante la noche ni durante la caminata del día siguiente. Finalmente avistamos la catarata de donde vinimos y nos apresuramos a entrar en la cueva que se encuentra detrás de ella.
Cuando volvemos a salir de detrás de la cortina de agua y miramos alrededor, es el Chikushudo y no el Ningen-do lo que se extiende delante nuestra...
Hacía frío y había nevado; aquí también era invierno. Nos arrebujamos en nuestras ropas y comenzamos a avanzar en formación abierta para abarcar más terreno, sin llegar a perder contacto visual los unos con los otros, en un intento vano por conseguir dar con huellas humanas. Poco a poco empezamos a ver aquí y allá pequeños animalillos que nos rehuían en cuanto eran conscientes de nuestra presencia. Shiba Nabutaro avistó un zorro rojo que estaba sentado no muy lejos y que parecía observar extrañado nuestra comitiva. Movido por la curiosidad, Nabutaro rompió la formación y se acercó unos pasos en dirección al zorro. Cuando éste consideró que el Shiba se había acercado lo suficiente de un ágil salto le dio la espalda y se adentró en el bosque. Es ese momento todos pudimos percatarnos de que el zorro tenía varias colas, si bien no atinamos a saber cuántas en total debido a la frondosidad del follaje y a la rapidez con que se movió. Tras reanudar la marcha conseguimos llegar a una pequeña elevación del terreno con menos árboles que nos permitió otear un poco más lejos en el horizonte. Lo que vimos nos dejó momentáneamente paralizados porque eso supuestamente no debería estar ahí. Una inmensa montaña negra era la responsable de esa humareda que habíamos comenzado a avistar tras el rugido de las piedras unas horas antes. A juzgar por la perspectiva de los bosques a nuestros pies, debería encontrarse a… meses de viaje a pie desde donde estábamos. Y sin embargo se distinguía perfectamente la elevación negra con la cumbre nevada y rodeada de nubes eternas, tal era su enorme magnitud…
En vista de nuestro fracaso a la hora de encontrar un rastro fiable, Asako Matsumoto volvió a intentar comunicarse con los extraños espíritus del Aire de este reino. Paramos un momento para permitir al shugenja unos minutos de concentración. Volubles como son, esta segunda vez vez le concedieron una respuesta algo más concisa: -“Sureste”-, -”En una cueva, en una colina”-, a la pregunta sobre el “humano que no está con nosotros”.
Volvemos a reemprender la marcha pero esta vez con vistas a encontrar un refugio para la noche que ya se empezaba a echar encima. Al abrigo de un grupo de árboles que habían crecido más juntos de lo normal y de unas cuantas ramas dispuestas a modo de techado nos dispusimos a pasar la noche, no sin antes distribuir las correspondientes guardias nocturnas. Solo para despertarnos más tarde de lo deseado porque Tsuruchi Momoko, encargada de realizar la última guardia y de despertarnos, había desaparecido…
De nuevo Asako Matsumoto se dispuso a comulgar con los espíritus del Aire para preguntarles por lo sucedido durante la guardia de la bushi Avispa y por su paradero. Solo obtenemos un par de sucintas indicaciones -“Sureste”-, -”Lugar oscuro”-. Deducimos que, de alguna extraña forma, es bastante probable que se halle junto al monje que buscamos y retomamos el camino. Buscamos también alguna clase de huella o pista que nos ayude con nuestras pesquisas en los alrededores del campamento. Lo que encontramos no pertenece a animales con pezuña ni con patas almohadilladas patas. Lo que encontramos son huellas de un insecto del tamaño de un hombre…
Al poco de emprender la marcha es Toku Buntaro quien ve esta vez al zorro de varias colas un poco más adelante en el camino, como esperándonos. Cuando nos acercamos el zorro avanza un poco más en la misma dirección sureste que nosotros. Parece como si nos fuera marcando el camino. Tras varias horas llegamos finalmente a un arroyo no muy profundo que podemos vadear sin dificultad. En la otra orilla no vemos rastro del zorro, pero al echar la vista atrás un momento Buntaru se percata de que el zorro se ha quedado allí y se despide de nosotros con lo que parece una leve inclinación de cabeza seguido de un salto hacia la espesura.
En esta parte del bosque el terreno es más rocoso y se intuyen a lo lejos elevaciones de terreno que podrían ser las colinas y, por ende, el “lugar oscuro” que buscamos. Se pueden ver claramente más huellas de ese insecto gigante sobre la nieve… No puedo evitar que un escalofrío recorra mi espalda…
Caminamos durante toda la tarde y antes de que caiga la noche nos apresuramos a preparar un refugio para afrontarla. Esta vez, las guardias nos disponemos a hacerlas en parejas. Primero, Nabutaro y yo misma; después, Buntaru y Tora, su criado. Dejamos que el ishiken-do descanse durante toda la noche. Nos es más útil como shugenja durante el día que como guardián por la noche. Durante la guardia, Nabutaro escucha un zumbido sobre nuestras cabezas, como de cien insectos. Pero la oscuridad reinante no nos permite ver el origen de dicho zumbido y acaba perdiéndose. Al darles el relevo a Buntaru y Tora les advertimos del extraño zumbido para que estén alerta. A la mañana siguiente nos confirman que también han escuchado el zumbido pero que al tratar de dar con él éste se esfumó.
Sin mayores incidentes, recogemos el campamento y seguimos avanzando en la misma dirección. Sureste. No tardamos mucho en llegar a los primeros riscos y sin dificultad encontramos la entrada a una caverna. Tal vez no sea la que buscamos, tal vez haya otras más adelante, pero no podemos dejar de explorarla, conque nos adentramos en ella. Matsumoto conjura a un kami de Fuego para que nos ilumine en el interior. No es una cueva muy extensa y rápidamente llegamos al final del recorrido. La escena, iluminada por la danzarina llama portada por el shugenja, parece sacada del mismo Jigoku. Vemos dos cuerpos atrapados por las raíces los árboles, contra la pared final de roca, con múltiples laceraciones y unas curiosas punciones en la nuca. Uno de ellos es el de la Tsuruchi. El otro, el del monje, a juzgar por su cabeza afeitada. Están vivos aunque inconscientes. Tras reponernos de la primera impresión nos lanzamos a liberarlos de sus ataduras y a sacarlos de allí dentro. Asako Matsumoto se apresura a liberar de las raíces que apresan al monje. En el momento en que la mano del ishiken-do toca la piel del monje se queda paralizado unos segundos. Tememos lo peor. Lo sacudimos para sacarlo del trance en el que está inmerso sin éxito. Afortunadamente parece recobrar el dominio de sí mismo a los pocos segundos. Nos volvemos a centrar en el rescate de los prisioneros; ya habrá tiemo para preguntas más tarde. Cuando los descolgamos de sus ataduras vemos que tras ellos, en la piedra de la roca, hay unos kanji escritos con lo que parece ser sangre, a tenor del oscuro tono rojizo de sus trazos.
“En el momento de su victoria será el momento en que el Escorpión aprenderá cuál es el coste de oscuras alianzas.”
No sé qué significan pero no es momento de pararse a preguntárselo al shugenja. Ya habrá tiempo más adelante. Aún así… La sangre, los cuerpos torturados, el mensaje de los kanji… Nos apresuramos a dejar ese lugar malsano cuanto antes…
La Tsuruchi recupera la consciencia antes que el monje; llevaba menos tiempo atrapada y sus heridas no parecen ser de tanto alcance. El monje está peor malherido. Ambos necesitan de ayuda para caminar, no obstante. Nos alejamos del lugar tan rápido como nos es posible, deshaciendo el camino andado. Al anochecer volvemos a improvisar un refugio y nos disponemos a hacer las guardias dobles tal y como dispusimos la noche anterior. Durante nuestra guardia, Nabutaro vuelve a avistar al zorro de varias colas y esta vez, se ven todas perfectamente. Nueve, para ser precisos. Nabutaro de adelanta unos pasos en su dirección y el zorro, de alguna forma, le muestra una visión envuelta en brumas de la criatura insectoide de la que solo hemos tenido vagas referencias. En su visión, el zorro le muestra a Nabutaro un engendro nacido del imposible cruce de un hombre y una mantis. Tras lo cual, el zorro desaparece dejando a Nabutaro con un buen puñado de preguntas sin responder.
En el momento del desayuno y tras atender a heridos, conscientes ya todos pero aún débiles, en especial el monje, Nabutaro nos explica a todos la visión mostrada por el zorro de nueve colas. También es el momento de interrogar al ishiken-do por los kanji de sangre de la caverna. El semblante de Matsumoto se vuelve serio. Nos explica que en sus estudios como shugenja sus lecturas le llevaron hacia Ukiu, el llamado “profeta sereno”. Lo que estaba escrito en esa cueva era una de sus crípticas profecías. También nos explica que en el momento en que tocó al monje tuvo él mismo una visión. En ella vio un trono y, caminando hacia él, un hombre con ropajes negros. Al acercarse al trono, con claro ademán de sentarse en él, vio que no tenía un rostro humano sino la cabeza de un lobo. Nos quedamos pensativos sin saber muy bien qué decir. El saber esto solo nos lleva a más preguntas que no somos capaces de responder…
Recogemos rápidamente nuestros escasos pertrechos y volvemos a ponernos en marcha. Esta vez sabemos dónde vamos, a la catarata que esperamos que nos devuelva a un paisaje más conocido, pero el llevar con nosotros a dos heridos hace que no avancemos tan rápido como deseáramos. Así pues, tenemos que volver a detenernos al caer la noche deseando que sea la última que pasamos en este reino.
Las guardias las volvemos a distribuir por parejas de dos en dos; la primera la realizamos Nabutaro y yo. Al Fénix se le ocurre la idea de que la Tsuruchi nos acompañe a modo de señuelo para la criatura que vio en la visión que le mostró el zorro, en un intento de acabar con ella antes de irnos de aquí. La Avispa, dispuesta junto al resto de la hoguera, no aguanta ni cinco minutos sentada y decide ni corta ni perezosa que va a intentar atraer la atención del engendro, para lo cual se levanta y comienza a andar hacia la espesura. Al verla, me levanto como un resorte y corro tras ella, conminándola a volver y a quedarse cerca de donde podamos verla con claridad y…
Mientras intento razonar con Momoko un zumbido familiar surge a mis espaldas, seguido de unos peculiares chasquidos… Ambas callamos pues sabemos qué es lo que está detrás mía…
Sin dudarlo un momento, me giro rápidamente, katana ya en mano, hacia esos sonidos. No habíamos visto antes a criatura semejante. Más alta que un hombre, con rasgos y extremidades insectoides y… un cola terminada en aguijón que empieza a asomar por detrás. No hay tiempo de pensar. Reacciono por puro instinto y descargo en un golpe toda la furia contenida de estos días. Su piel es dura, formada por placas como las de una mantis pero engrosada proporcionalmente al tamaño del engendro. Aun así consigo penetrarla y hacerla sangrar. No lo suficiente. Nabutaro se aproxima a la carrera nada más ver al insecto y también consigue impactarle con su nagamaki. Brota más sangre de un malsano color verde. Pero sigue sin ser suficiente. Ese es el momento en que la criatura emplea su aguijón contra nosotros y logra desarmarme tras alcanzar mi brazo derecho. No diré que no sea doloroso pero no es lo suficientemente grave como para que no pueda recuperar mi katana y ponerme en guardia de nuevo. Junto con Nabutaro.
En ese momento, preparados para otro ataque de la criatura, algo imprevisto sucede. Su cabeza de insecto estalla tras el impacto de una gran bola de fuego que se desvanece después en forma de pájaro de fuego. El resto del cuerpo de la criatura cae al suelo. Tras de sí vemos alzarse la figura de Asako Matusmoto con los brazos extendidos hacia adelante y el rostro perlado de sudor por la concentración que le ha exigido conjurar un hechizo tal…
Poco a poco nos vamos recomponiendo y evaluando los daños. El aguijón de esta criatura debe de haberme inoculado cierta clase de veneno que hace que me sienta algo más débil aunque aún tengo fuerzas de sobra para empuñar mi katana. Algo similar les debió de ocurrir a la Tsuruchi y al monje mientras se hallaron prisioneros del engendro en aquella cueva, a juzgar por los síntomas y las heridas de pinchazos, que coinciden con las del aguijón…
Volvemos a ver al zorro a unos metros de distancia. Esta vez parece venir a agradecernos que hayamos terminado con semejante engendro que jamás debió de pisar el Chikushudo. Con una inclinación de cabeza, a modo de agradecimiento, volvió a adentrarse en el bosque tras de si.
Más tranquilos, pero sin descuidar las guardias, pasamos la noche a la espera de poder seguir el camino de regreso al amanecer. Nada raro ocurre ni durante la noche ni durante la caminata del día siguiente. Finalmente avistamos la catarata de donde vinimos y nos apresuramos a entrar en la cueva que se encuentra detrás de ella.
Cuando volvemos a salir de detrás de la cortina de agua y miramos alrededor, es el Chikushudo y no el Ningen-do lo que se extiende delante nuestra...
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