La joven Matsu Naoki camina por
el pasillo del palacio Fénix camino del comedor para el banquete de mediodía.
Hace días que Doji Sojiro murió, y los acontecimientos de la corte continúan su
curso.
De repente, al fondo del pasillo aparece un bushi. Sus elegantes ropas
Shiba llaman la atención casi tanto como su enorme estatura de 1.90. Daría a
pensar que tiene sangre de Hida, si no fuera porque este bushi, a pesar de sus
hombros anchos, tiene un cuerpo famélico, casi propio de un hambriento
campesino en tiempos de la peste.
La joven Naoki no puede evitar
los detalles. La húmeda hakama y el caminar fatigado del bushi dejan claro que
viene de fuera de la corte. De un viaje.
En su obi, la katana muestra una
elaborada tsuba grulla, con el símbolo de la familia Doji, ¿qué extraño?, ¿se
habrá criado entre grullas este Shiba?
Su cabeza esta afeitada, como la de un monje. Extraño este bushi.
Entonces el corazón se le para
por un momento a la joven Naoki-sama. En su mano derecha, el Shiba porta un
paquete alargado, seguramente con sus pertenencias de viaje. En su mano
izquierda, el Shiba lleva un Nagamaki, un arma poco común entre los Samurai,
decorada la saya y el mango con colores carmesí de los fénix y naranja… naranja
del león.
Pero no son las sedas decorativas
del Nagimaki lo que han detenido el corazón de la Matsu, sino la tsuba, dos
leones de oro espalda con espalda. Solo hay una tsuba como esa en todo el
imperio. Y estaba, hace 15 años, en la katana de su abuelo, Akodo Hanzo, el
último día que se le vio entre los leones…
(Y aquí, la querida Matsu debe
pensar cómo reaccionará el próximo día, antes de continuar leyendo la historia.
Se prohíbe metajuego ;) )
El Bushido: El ciclo del Karma
Capítulo I: CHU (Deber)
A las puertas del templo llora
desconsolado el Samurái. De rodillas ante las inclemencias de su destino. Ante
el cadáver de su mujer y su hijo.
- - Ella murió combatiendo con honor, su nombre será honrado como digna Shiba samurái-ko. Lo de vuestro hijo fue una desgracia, jugaba junto al bosque cuando lo alcanzó una flecha perdida. No les vimos llegar, lo siento. – Las palabras del samurái en nada reconfortan a Nabutaro, de rodillas, su mundo se desvanece, aprieta con fuerza su daisho mientras jura a las fortunas, en silencio, que derramará la sangre de los culpables. Aprieta los dientes para que su plegaria sea escuchada.
Pasan los días, el permiso que el yoriki para el que ejercía de yojimbo le concedió ha caducado. Pero Nabutaro
sigue en su ahora vacía casa. El Sake apenas ahoga el dolor, las paredes se
agigantan en el silencio de su hogar. No deja entrar a nadie, nadie ya lo
intenta, respetan su dolor. A cada día que pasa se deshonra no presentándose a
cumplir con su deber, poco le preocupa su honor.
Aún borracho se viste con su
armadura y toma su armas. En la noche cae una recia lluvia de verano. Shiba
Nabutaro-sama abandona su casa, su aldea, su vida. Llegando al cruce hay tres
caminos, el deber le lleva hacía el norte, a cumplir con su misión como
Yojimbo. La venganza le lleva hacia el sur, al Valle de los Dos Generales, a
una muerte segura. La pena, la pena lo lleva al este, a beberse su honor en
forma de Sake. Su destino decide por él, y sus pies caminan, mientras el sol
comienza a levantarse ante sus ojos.
Capítulo II: YU (Coraje)
- Invierno: La nieve lo cubre
todo.
El mundo se apaga levemente
mientras el estruendo del combate se silencia. El silencio se convierte en un
dulce Réquiem. La sangre fluye ya como un rio en las llanuras, atrás quedan los
borbotones de vida. De rodillas, sentado sobre sus talones, Sojiro habla sin
poder ser por nadie oído:
- - Honor, muero con honor.
- - Doji Ibuki Sama, padre, doy mi vida por un Daymio de otro clan. La corte ha sido un éxito. Refuerzo los lazos que mantienen la paz del Imperio.
- - Shizue-san, lo siento
- - Kakita Nabutaro-Sama, muero sin haber conocido el Duelo, muero sin haber conocido hombre o monstruo más rápido que yo. Muero tras dos golpes perfectos. Gracias maestro.
La sangre llega a la empuñadura
de la katana, Doji la aprieta con fuerza mientras la sangre alcanza la tsuba
negra, con esa “extraña grulla” y recorre su humilde acero.
-
Me has servido, tú, nacida de la humildad, hija
de la redención, me has servido bien. En tu saya has sido una herramienta
honorable, desenvainada has bebido la sangre de mis enemigos. Me has servido
bien, noble herramienta.
El último aliento abandona el
cuerpo ahora inerte del samurái. La nieve cae, delicada, sobre el palacio
Fenix.
Capítulo III
- GEI (Rectitud) – Llega el
verano
Akodo Ryuden estaba de pie ante
el mapa de Rokugan, desde lo alto de su castillo podía ver a sus hombres
entrenar en el patio. Mientras esperaba repasaba su plan, una estrategia que
consideraba infalible. Sus ojos estaban fijos en El Valle de los Dos Generales.
Por un momento su mirada se
desplazó hacia el este, a la tierra del clan de Cisne, a la colina de Hiuro.
- - ¿Qué ocurrió padre?¿Por qué las perfidias de los cortesanos Doji y las mentiras de los Fenix te obligaron a marchar?...
Su pregunta se pierde en el
infinito cuando el guardia le informa de la llegada de Matsu Ikomi. La líder Matsu
y varias de sus doncellas guerreras son las principales instigadoras del
conflicto que está por venir. Akodo Ryuden no tenía ningún interés particular en
El Valle de los Dos Generales, le valía cualquier conflicto para mantener a sus
hombres preparados. Listos por si el Imperio los necesitaba, listos por si el
clan León los necesitaba. Su relación con Matsu Ikomi era muy buena desde su
matrimonio, es especialmente mejor desde que su difunta esposa se marchó.
Cuando Matsu Ikomi le sugirió
atacar El Valle, le pareció un plan perfecto. Los fénix, como los grulla, son
clanes de dulces samuráis con katana que no suelen representar demasiado esfuerzo
y que permiten mantener a los hombres en forma… salvo en la colina de Hiuro… su
mente divagó de nuevo por un momento.
Matsu Ikomi sama penetró en la
estancia, la tarde dio lugar a la noche mientras se preparaba el ataque…
Capítulo VI
- MAKOTO (Sinceridad) – 25 años atrás
Shiba Kanto y su hermano Asako
Amane estaban juntos en la sala de espera. Sus padres, Shiba Nakoi y Asako Heiko
les habían permitido tomar apellidos diferentes de acuerdo a su formación, la
cual, como era costumbre, había sido predicha por un shugenja.
Al otro lado de la puerta de
papel, Shiba Itomo daba a luz al segundo hijo de Shiba Kanto.
- - Todo saldrá bien Kanto-san
- - No tengo duda Amane-san, Itomo es al fin y al cabo, una grulla de hierro.
…
La puerta de papel se abrió y
apareció la matrona:
- - Un niño, un niño enorme. – Sonrió.
Ambos hermanos penetraron en la
sala donde la madre había caído desmayada del dolor. Una segunda matrona
sujetaba un niño de gran tamaño mientras un shugenja y su aprendiz imploraban
bendiciones mientras examinaban el destino de la criatura.
- - Decidme maestro shugenja, ¿qué destino le espera a mi hijo?, ¿será un seguidor de los kami como su tio, o por el contrario será un guerrero como su padre y su madre?
El shugenja dio de repente un
paso atrás, blanco como si hubiera visto un Oni, y rápidamente recupero la
compostura, pero a nadie pasó desapercibido su reacción.
- - ¿Qué habéis visto Isawa-sama?. – preguntó temeroso Shiba-sama
- - Un bushi Shiba Kanto-sama, un bushi – sonrió el shugenja como si nada hubiera pasado.
- - Bien, solo espero que nunca se las vea tan mal como se las vio su padre en la colina del Hiuro. – sonrió el Shiba mientras se tacaba una enorme cicatriz en su pecho.
Dicha herida la había sufrido hacia 12 años, durante el conflicto del nacimiento del clan del Cisne, un clan menor cuyo nacimiento fue “patrocinado” por el clan de la Grulla a expensas de tierras del clan León.
Como era de esperar los Leones
habían atacado rápidamente el joven clan, quienes habían sido ayudados por un
Daimyo Daidoji y un Daimyo Shiba. Ambos preferían compartir su frontera con el
joven nuevo clan que había surgido tras un importante juego de favores Doji, que
compartir la frontera con los León.
Shiba Kento-sama y Shiba Itomi-sama (antigua Daidoji Itomi, mabre de Nabutaro) participaron en dicho entrentamiento, como líderes de un pequeño grupo de samuráis Shiba
encargado de proteger la colina Hiuro. Durante días fortificaron el lugar, y
consiguieron repeler un ataque León de fuerzas muy superiores el tiempo
suficiente hasta que llegó un emisario Imperial, imponiendo orden y dejando a clan
de Cisne las tierras originalmente otorgadas.
..........
Al cabo de unos días, su abuelo
coloco sobre su cuna un wakizashi familiar al tiempo que preguntó a su madre
por el nombre del niño. Shiba Itomo-sama contestó:
- - Nabutaro, como mi maestro. – Sonrió la madre mientras miraba con ternura al niño.
Isawa-sama y su aprendiz salieron
de la casa tras dar cuantas bendiciones correspondían y se alejaron caminando.
- - Maestro, ¿Qué habéis visto que tanto os ha sobresaltado?
- - El niño traerá la destrucción a su casa. – contestó seriamente el shugenja, sin volver a decir nada durante el resto del viaje.
Capítulo IV
- REI (Respeto) – Cerca está la
llegada del invierno
El atajo que el campesino le
había mostrado estaba demostrando ser sumamente solitario. Doji Sojiro había
abandonado su hogar hacía ya unos días, camino de la Corte Fenix, y sus pasos
estaban a punto de hacerle llegar a la tierra de los Shiba.
Caminaba en este momento por las
tierras de un clan menor amigo de los Grulla, el clan del Cisne. Aburrido de
caminar en soledad, el repiqueteo de una forja hizo asomar una sonrisa en el
joven Sojiro.
Un anciano de blanca barba y un
joven, de enorme estatura, anchos hombros pero cuerpo delgaducho, se afanaban a
forjar una espada. Ambos hombres llevaban la cabeza afeitada como monjes. El
joven llevaba toda la carga de la forja de la espada, mientras el anciano iba
dándole pequeñas correcciones.
Sojiro se plantó tras ellos en
silencio, mientras comía una bola de arroz y una amplia sonrisa se dibujaba en
su rostro de niño. Los hombres hablaban poco pero trataron con cortesía a
Sojiro. El más joven, de quien Sojiro pensó que no debería llevar mucho tiempo
aquí, le cedió la habitación a Sojiro para que descansara.
Con el beneplácito de sus hospitalarios
anfitriones, Sojiro estuvo 3 días entre los extraños monjes. El tiempo que
necesitaron para terminar la katana que andaban forjando. Incluso pudo
disfrutar al segundo día de una caravana de comerciantes que paró en el templo.
Con la cual mantuvo una sosegada conversación.
Sojiro suponía que el joven debía
ser, por sus andares y hechuras, un antiguo samurái o ronin. Sus sospechas se
aclararon cuando encontró en el baúl de su habitación, escondido en un manto,
el daisho a medias del joven bushi Shiba. La decoración del wakizashi dejaba
claro el origen del joven, y la ausencia de katana en la vaina Fenix ponía de
manifiesto alguna tragedia. Junto a sus armas, un kimono destrozado.
Los monjes, si es que lo eran,
terminaron de forzar la hoja de la katana, le pusieron un mango, una tsuba del
clan del cisne y una vaina.
- - Hermosa katana. – Dijo Doji-sama al ver el trabajo realizado.
Era una espada más bien tosca,
propia de una armería de reserva o un samurái muy pobre. Pero era sin duda una
buena herramienta, como Doji-sama observaba.
- - Es una simple katana, la primera que hago. – Dijo el joven Shiba. – Indigna de un noble kakita como vos. – Añadió el anciano.
Doji-sama mostro entonces su
katana. La tsuba era una hermosa grulla plateada, y el mango estaba recubierto
de seda azul. Pero la hoja era una tosca hoja de espada, no mejor que la que el
joven había fabricado.
Ambos monjes quedaron extrañados.
- - ¿Cómo es que un noble grulla como vos portáis una hoja como esa?. – Pregunto el joven Shiba, cuya conocimiento sobre el clan grulla no le permitía comprender semejante pertenencia.
- - Una katana es solo una herramienta, basta con que cumpla su función. Además, no hay mejor lugar para ella que bien guardada en su saya. – sonrió el grulla. El joven Shiba quedo sorprendido, pero fueron los ojos del anciano los que se abrieron como platos al escuchar la respuesta del joven Doji.
- - Si creéis que mi katana es digna de un alumno del Dojo Kakita, tomadla, os la regalo. – Dijo el Shiba mientras ofrecía la katana. En parte desafiante.
- - No puedo aceptarlo. Es vuestra primera katana, seguro que tiene un alto valor sentimental.
- - Insisto Doji Sojiro-sama, no se me ocurre mejor lugar para mi katana que en manos de un duelista grulla.
- - Pero esa katana ha sido creada para el clan del cisne. No puedo aceptarla.
- - No tenía intención de venderla al clan del cisne. Y ahora sin duda menos, si puede estar en vuestras manos Grulla-sama.
- - En tal caso me honráis con vuestro regalo. Mi padre, Doji Ibuki-sama, siempre dice que un regalo adecuado puede cambiar muchas cosas. Y este es sin duda. Un regalo adecuado. – Doji Sojiro tomó la katana y la guardo.
Al día siguiente Sojiro decidió
que era hora de continuar su viaje. Cogió sus cosas y se dispuso a partir.
Ambos monjes le acompañaron al sendero para despedirle.
- - Antes de irme, me gustaría que me permitieras haceros un regalo.- Dijo Sojiro al joven Shiba justo cuando iba a partir.
- - No soy digno de un regalo vuestro Doji-sama.- contesto el Shiba.
- - Por favor, no puedo irme sin agradecer vuestra hospitalidad.
- - No es necesario grulla-sama.
- - Insisto.
- - En tal caso acepto honrado por ello.
- - Bien, sea así. Que las fortunas os acompañen.- Sin entregar nada, con una amplia sonrisa, Doji Sojiro se dio la vuelta y prosiguió su viaje a la corte Fénix.
Ambos hombres de cabeza afeitada
se quedaron mirándose. No habían entendido nada. Incrédulos volvieron al ruinoso
templo dando por loco a ese samurái con cara de niño.
Capítulo V
- JIN (Compasión) – Principio del
Otoño
Banryuu era una aldea prospera.
Pero no todos en ella gozaban de dicha prosperidad. En el interior de una casa
de piedra la pobre Tomoe, una niña comprada como aprendiz de geisha y
convertida en meretriz por un rufián llamado Hone, veía su vida pasar entre miserias
y hombres sin alma.
Pero esta noche era tranquila. De
nuevo, había sido contratada por ese extraño ronin, Nabu se hacía llamar. Había
llegado a la Aldea hacía 15 días. Desde entonces cada noche la contrataba desde
que se la había ofrecido Hone el primer día. Y cada noche se metía en la
habitación donde se sumergía en Sake y adormidera mientras ella tocaba la biwa.
No la había tocado ni una vez. Algo que Tomoe no entendía pero claramente le
agradecía.
Los días pasaron en Banryuu y
noche tras noche Tomoe gozaba de la tranquilidad que le aportaba Nabu. Había
vendido su Naginata a cambio de 10 días más de autodestrucción. Luego su
armadura, 15 días más. Finalmente había vendía su katana, llevaba el Daisho con
el wakizashi y tan solo la vaina de su katana. Cada vez más delgado, casi cadavérico, era
sorprendente que siguiera vivo. Durante el día ya no pagaba el Ryokan (posada)
para dormir como al principio. Directamente se sentaba bajo una sombra a dejar
pasar la resaca lo suficiente como para volver a emborracharse. Lejos de ser un
Ronin, era un mendigo.
Poco a poco, Tomoe fue viendo en
el hombre ola a alguien aún más miserable que ella misma. Arrojado a una
espiral de autodestrucción. El dinero de la katana se acabó, y Hone exigió al
ronin su wakizashi. Nabu por un momento echo mano al mismo para entregarlo pero
algo lo detuvo, en sus ojos, Tomoe pudo ver la lucidez del ronin, que al mismo
tiempo mostraba al hombre más perdido del mundo. Nabu se levantó, y sin decir
nada se marchó de la casa de piedra, adentrándose en una dura tormenta de
otoño.
Poco después Hone ordenó a Tomoe
ir al Ryokan en busca de más sake. Al salir, encontró a Nabu en el barro,
deshecho. Tomoe ayudo al ronin a ponerse de pie y lo condujo a un camino que salía
de la aldea hacia las montañas cercanas.
- - Sigue este camino y no vuelves hombre ola. Al alba llegarás a un templo medio abandonado. Un ermitaño vive en él según me han dicho. Quizá encuentres allí lo que es evidente que aquí no vas a encontrar. Deja ya de deshonrarte.
Nabutaro miró a la pobre geisha
con los ojos perdidos, si hubiese quedado algo de honor en él, habría matado a
cada rufián de esa casa de piedra. Pero se había bebido su honor junto con su
sake. Miró a las montañas y vio una forma como cualquier otra de morir, pero
más digna. Volvió a mirar a Tomoe, cruel es el destino. Quizá en otra vida el
karma le permita devolverle el favor a la pobre meretriz.
Capítulo VII
- MEIYO (Honor) – Las primeras nieves han
caido
Shiba Nabutaro llevaba 4 meses en
la colina Hiuro con el anciano monje Hanzo. Lo había encontrado en un ruinoso
templo, dedicado a la forja de armas para el clan del Cisne. La meditación, la
armonía de ese lugar alejado del mundo, la paciencia del anciano habían
devuelto a Nabutaro al menos cierta vida.
Ciertamente su corazón seguía
destrozado por la pérdida, un dolor que posiblemente no olvidaría. Y sus ansias
de venganza seguían consumiéndole, pero no lo suficiente como para vencer la
depresión que desde hacía meses se había instalado en su alma.
De vez en cuando recordaba a
Tomoe, a quien debía la vida en cierta manera. Hanzo había resultado ser un
hombre armonioso. Enseñaba a Nabutaro la forja de espadas y los sutras del Tao de Shinsei. Desde luego, Nabutaro había aprendido más del Tao que escribió Shiba, junto al
anciano Hanzo que durante años de estudio en el dojo Shiba.
Acababa de llegar el invierno
cuando la tranquilidad del lugar se vio interrumpida por un peculiar viajero.
Un grulla con cara de niño y rostro adorable, de la escuela Kakita pero de
familia Doji, que decidió parar a descansar del viaje en el templo unos días en
su camino a una corte Fenix.
La compañía del joven y educado
grulla fue un frasco de armonía para el joven Nabutaro. Y su despedida un
enigma para ambos ermitaños. El joven grulla se alejaba por el camino mientras
Nabutaro y Hanzo volvieron al templo.
Nabutaro decidió entrar a
arreglar su cuarto, que había cedido al joven grulla para su descanso. Cuando
corrió la puerta de papel no pudo evitar soltar cierta exclamación. Hanzo rápidamente
se asomó al interior con Nabutaro. En el centro de la habitación el joven
grulla había dejado, sobre una esterilla limpia, un estupendo kimono fénix, y
sobre él, en un soporte, el wakizashi del shiba, y su saya, en cuyo interior
descansaba la espada del grulla, con su elegante tsuba Doji. La grulla había
cambiado tan solo la seda del mango, llevándose consigo la seda azul de su
katana, y dejando en el regalo una hermosa seda roja, color del Fenix.
Sin duda el grulla habría
adquirido el kimono y la seda de los comerciantes, los cuales habían estado en
la colina un día antes de que Nabutaro terminara su katana. De repente
demasiadas cosas pasaron, mientras el silencio y la quietud se apoderaron de
ambos hombres.
Shiba Nabutaro se arrodilló junto
al regalo y comenzó a hablar con un susurro:
- - Creo, que ha llegado el momento…
- - Así es joven Shiba. – contesto Hanzo, quien demasiadas cosas sabia a sus muchos años de edad. – ponte tu mon Shiba-sama, átate tu obi y la hakama que has recibido. Y coloca tu daisho en su sitio. Luego medita. Medita hasta el alba. Antes de irte queda una última tarea por hacer. Mañana, al salir el sol, forjaremos nuestra última espada. Solo los sutras nos acompañaran en esa tarea, solo los sutras escucharemos hasta que terminemos. Medita, joven Shiba.
Shiba Nabutaro pasó la noche en
seiza. Al alba, le costó ponerse de pie por el entumecimiento general de sus
articulaciones. Sin embargo, enfundado en su nuevo kimono, tras una noche
entera de meditación, algo había cambiado dentro de él. Shiba cojió el “mala”, comenzó
a recitar sutras mientras se dirigía a la herrería.
Al llegar allí, tuvo que hacer un
acto de constricción y voluntad para mantener los sutras. Junto al fuego,
calentando el hierro y fundiéndolo junto al carbón, Hanzo recitaba sutras,
vestido con un elegante kimono Akodo.
Durante diez días, ambos ahora samurái,
golpearon el acero mientras recitaban sutras. No dijeron ni una palabra. La
perfección más profunda, la meditación más elevada, se unió a la disciplina de
la forja. Durante 10 días y 10 noches. Descansaron cuando se templaba el acero,
trabajaron cuando el acero exigía del yunque y el martillo. Diez largos días,
entregados al Tao.
Al décimo día había una enorme
hoja ante ellos. Más larga que ninguna de las hojas que habían forjado en los
meses anteriores.
- - Entra dentro Shiba sama, y espérame.
Nabutaro entro en el templo y de
rodillas esperó ante las fortunas. Al rato apareció Akodo Hanzo. En sus manos llevaba
el arma terminada. No era una espada. La larga hoja había sido unida un
igualmente largo mango para crear un Nagimaki. Su mango y su saya habían sido
decorados con seda naranja de león, y carmesí de fénix. Su tsuba eran dos
leones de oro, espalda con espalda.
Akodo Hanzo se sentó ante Shiba
Nabutaro. En su obi había un daisho, cuya katana carecía de tsuba. El anciano dejó
el Nagimaki entre ambos samurái y cerró los ojos. Sumergiéndose en sus
recuerdos…
…
Cuando nació, su padre, Akodo
Hatori combatía en una aldea unicornio. Una curandera local, lo maldijo por
llevar la devastación a la aldea, condenando su sangre a llevar la deshonra a
la familia. Akodo Hatori mató sin mirarlo a la bruja.
Desde joven, Akodo Hanzo siempre
disfruto forjando sus propias armas, así como del arte de la guerra tan propio
de su dojo. Tuvo una vida digna de un daimyo Akodo. Sin embargo, siempre
mantuvo el recuerdo de su gempuku. Había realizado el Gempuku invitado en la
ciudad imperial. Muchos miembros importantes habían sido invitados a dicho gempuku.
En él, por encima de todos los jóvenes samurái destaco un miembro del clan
Kakita, Kakita Nabutaro. Un muchacho silencioso cuyo dominio de la espada era,
sencillamente, innegable. Derroto en duelo o combate a cuantos contendientes se
le enfrentaron, incluido Akodo Hanzo, a quien derrotó en combate y quien, con
honor, rehusó el duelo de Iajutsu.
Sin embargo, de aquel duelista
extraordinario, lo que más había sorprendido a Hanzo fue las katas, no por su
elegancia, que era irreprochable, sino por su katana. Una osca katana impropia
de un duelista Kakita, y menos de uno como ese. No pudiendo entenderlo, Hanzo,
un amante de las espadas y quien ya por entonces era un consumado herrero,
pregunto a Nabutaro el por qué de dicha katana, a lo cual este respondió.
- - Una katana es solo una herramienta, basta con que cumpla su función. Además, no hay mejor lugar para ella que bien guardada en su saya.
La vida siguió. El mundo olvidó a
ese joven duelista del que nunca más se volvió a saber.
Todo cambió hacía 12 años, cuando
su destino se reveló. Su hijo, Akodo Ryuden se había casado con una Matsu y
tenía una preciosa nieta, Naoki. Mediante artimañas, los cortesanos Doji habían
conseguido que un noble Daidoji forjase su propio clan, el clan del cisne,
autorizado por el emperador. Para vergüenza león, tierras de las Matsu le
fueron entregadas a dicho clan.
Antes de que pudiera establecerse
el edicto imperial. Los leones atacaron. Akodo Hanzo iba al mando de una
numeroso grupo Akodo que debían tomar la colina Hiuro, de vital importancia
para conquistar la región, que estaba guarecida con tropas Fénix.
Los débiles grulla se habían
aliado a un daimyo fénix, lo cual no debía suponer más problema. Todo avanzaba
según la estrategia planeada cuando un Shiba se interpuso en el camino de
Hanzo. De un certero golpe hizo caer al Shiba, pero cuando iba a rematarlo, un
empujón se lo impidió. Al volverse, observo a una pequeña samurai-ko Shiba, con
un nagikami decorado con los colores del clan de la Grulla en sus manos, que lo desafiaba en mitad del combate.
Evidentemente Hanzo no era un
hombre que rechazase un desafío en una escaramuza. Sin embargo algo lo cambió
todo. La joven Shiba cogió su posición de duelo, y Hanzo observó perfectamente
los movimientos que 20 años atrás tanto le habían impresionado de aquel joven
kakita Nabutaro. Entonces sencillamente un temor irracional le recorrió. Una
certeza, quizá falsa, pero certeza de su muerte le sobrevino. El recuerdo de su
hijo, de su nieta, le bloqueó.
Atemorizado, Hanzo rehuyó el
duelo y ordenó la retirada cuando la escaramuza hubiera sido, sin duda alguna,
una victoria.
Los leones perdieron la
contienda. Un enviado imperial llego e impidió que los leones recuperasen sus
tierras. El clan del cisne prosperó hasta nuestros días.
Ninguno de los Akodo que
presenciaron lo ocurrido aquel día en la colina de Hiuro habló nunca
abiertamente de lo ocurrido, pero empezaron a circular rumores. Avergonzado,
Akodo Hanzo no lo soporto. Pidió al campeón Akodo que diera sus títulos a su
hijo, y solicitó el derecho convertirse en un buscamuerte. Nunca más volvieron
a saber de él en tierras León.
Supo que la joven Shiba era en realidad una Daidoji que se
había casado con un Shiba. Cuando se dirigió a tierras Shiba a retarla, estaba
embarazada, lo que le impidió hacerlo. Supo después que el maestro de la
Daidoji había sido el mismísimo Kakita Nabutaro, quien había abandonado el
camino de la gloria para convertirse en un simple maestro de un Dojo daidoji
secundario, en la Torre del Daidoji Valiente.
Viajo hasta la Torre del Daidoji
Valiente en busca de la muerte a manos del maestro….
- - No tengo el menor reparo en batirme contigo, Akodo Hanzo-sama, lo haré, y si vences puedes matarme. Pero si venzo yo, ten por seguro que no te mataré. No anhelo tu vida, y no creo que me corresponda a mi arrebatártela en los entresijos de tu destino. Creo, querido Akodo Hanzo-sama, que persigues tu destino sin entender, que tan solo debes esperarlo. Tu destino te alcanzará a ti, sin duda alguna, y debes estar preparado para verlo, pues nadie escapa de las circunstancias que nos presenta el destino, pero todos tenemos la oportunidad de elegir como enfrentarlo.
Hanzo retó igualmente al maestro
Kakita, pero las espadas no llegaron a abandonas las sayas. A pesar de su ira.
Hanzo otorgó la victoria al Kakita sin desenvainar. No tuvo ninguna duda del
desenlace del combate.
Doblegado por su destino, Hanzo
abandonó el mundanal ruido. Viajo a la colina donde se había deshonrado, y
construyo en ella una ermita con sus manos. Pidió al daimyo Cisne permiso para
permanecer allí. Este, desconociendo quien era ese hombre afeitado que le
solicitaba tal permiso se lo concedió, incluso decidió comprarle espadas que no
necesitaba simplemente para asegurarse que el ermitaño podía mantener la ermita
y una vida digna, para favorecer así a las fortunas.
Y pasaron los años. Y la tranquila
vida del ermitaño continuó.
Y un día, la rueda kármica giro
varias veces. Llego a la hermita un Shiba de funesto destino. Golpeado por los
acontecimientos. El Shiba tenía por nombre Nabutaro, y resultó ser el hijo de
aquella Daidoji, ahora Shiba, ante la que años antes se había deshonrado. De nuevo, en la colina
del Hiuro.
Aun así Hanzo permaneció
tranquilo, incluso cogió cariño al pobre Shiba, especialmente cuando descubrió
que sus miserias se debían a la perdida de sus seres amados, quienes habían
muerto por el ataque de los leones. Un ataque que su propio hijo, Akodo Ryuden
había ordenado. Macabró le pareció a Hanzo el destino. Y no tuvo duda de la
maldición de la bruja.
Y la rueda giro de nuevo.
Apareció un joven Kakita, quien sin duda había sido entrenado por el mismísimo Nabutaro.
Y le regaló su katana, una simple herramienta, al Shiba. Y Hanzo tuvo claro que
era el día de su destino. Con la ayuda del Shiba, y toda la fuerza de su alma,
forjo un Nagikami como el que tenía la Daidoji para el joven hijo del Tao y de la grulla
de hierro.Lo decoró con los colores de los Shiba, y con los suyos propios, y le puso su propia tsuba, que había forjado 20 años antes para su propia katana.
…
Akodo Hanzo abrió los ojos y miró
fijamente a Shiba Nabutaro.
- - Soy Akodo Hanzo. Hace 15 años me deshonre ante tus padres y he vivido como un buscamuerte desde entonces. El maestro de vuestra madre, en honor a quien tenéis vuestro nombre, y por el cual llevas ahora una katana osca regalo del único Grulla que probablemente piense que una katana es solo una herramienta. Ese hombre, Kakita Nabutaro, me abrió los ojos y me empujo a esta vida ermitaña a la espera de mi destino. Llevo 10 años preparándome para enfrentarme a mi nefasto destino. Y lo que es peor, tu, quien igualmente portas un destino funesto, eres sin saberlo parte de mi karma.
- Este Nagikami es para ti. La mejor arma que jamás he forjado, con la que espero ganar el favor de las fortunas.
- Soy Akodo Hanzo!!!, padre de Akodo Ryuden, el hombre que ordeno el ataque al Valle de los Dos Generales, por culpa del cual murieron tu mujer y tu hijo. Mi sangre es su sangre.
- Te reto a un duelo a muerte en combate. Si venzo yo, significará que el destino es inevitable, y mi deshonra no puede ser salvada, habiendo sido expulsado para siempre del ciclo kármico me quitare la vida. Además, habiéndote matado, y siendo el destino inevitable, te habré salvado del tuyo dándote una muerte honorable.
- Si me matas, habré recuperado el honor para mí y para mi sangre. Y habré devuelto mi alma al ciclo kármico, otorgándote a ti la venganza justa por tus pérdidas, lo que te permitirá volver con tu honor a tu familia.
- Sabes que no puedes rechazar este duelo samurái. Solo te pido, si me matas, que lleves esta carta a mi hijo y le cuentes lo que sabes de lo aquí sucedido. Y te pido que le pongas a mi katana una tsuba, digna de Kakita Nabutaro, y le entregues a mi nieta, Matsu Naoki, mi daisho, para que le guíe con cuanto yo he aprendido en los días oscuros.
Comments (0)